Los ciudadanos suelen opinar con mucha facilidad de la personalidad de los líderes políticos. Yo siempre he creído que la imagen que se tiene de los políticos y figuras públicas es sólo un reflejo mediático creado por los grandes medios y no la verdad sobre la persona. Por eso pienso que la opinión que yo pueda tener del presidente de Cuba Fidel Castro, al margen de la política que ha aplicado en Cuba, debe basarse en las tres ocasiones en que he tenido el privilegio de estar y conversar con él. Nunca escribí sobre esos encuentros porque no fueron en calidad de periodista y entrevistado, y nada de lo que hablamos lo puedo considerar como declaraciones públicas.
Suelen destacar del presidente cubano su carisma y su capacidad de seducción y fascinación cuando se le trata de cerca. Pero creo que el secreto de su atracción no es otro que la humanidad y humildad impresionantes cuando proceden de alguien que lleva tantos años al frente de la revolución cubana. Una modestia que no fue destinada sólo a mi persona, sino hacia todos los que trata. Sólo asistí a una orden a la que apeló como comandante, y fue para que subiéramos a un ascensor antes que él, puesto que ninguna de las tres personas que le acompañábamos aceptábamos entrar delante.
Fidel Castro es tan locuaz en sus afirmaciones como en su capacidad para preguntar y recoger las opiniones de los demás. Y esa es una de las características de un buen gobernante. Es impresionante cómo logra romper la parálisis de quienes en su presencia se sienten incapacitados para moverse o hablar y en pocos minutos convierte el encuentro en una conversación de amigos.
Evitar el culto a la personalidad y destrozar cualquier conato de sumisión entre sus colaboradores para crear un ambiente de sinceridad en alguien que lleva décadas de gobierno es algo que parece sobrehumano, acostumbrados como estamos a gobernantes que a los pocos años de poder se dejan dominar por la soberbia.
Nunca olvidaré un acto público en el que el mítico salvadoreño Shafick Handal no dejaba de hablar ante la audiencia. Fidel, con una amabilidad entrañable, le interrumpió para decirle que, como continuara con su interminable disertación, los asistentes los echarían a los dos de la sala.
Esa humanidad es la que provoca que sus amigos se dirijan a él por su nombre de pila y sus enemigos por su apellido. Lo que crea la paradoja de que quienes acepten su autoridad le llamen Fidel y quienes la critiquen recurran al respetuoso apellido Castro.
Incluso cuando me proporcionó alguna información más o menos confidencial para su difusión nunca apeló al compromiso con Cuba, la revolución o lealtad alguna a su persona, su argumento era simplemente la verdad del hecho comunicado, sabedor de que era ése el elemento único al que yo me debía al informar. Por eso no es de extrañar que todos sus comentarios y valoraciones los impregne de principios éticos. Principios en los que explica por qué nunca ha dado órdenes de atentar contra sus enemigos, incluso los que han intentado asesinarlo; por qué, incluso en los momentos más duros de la revolución jamás se vio tentado en hacer concesiones ideológicas contra el socialismo y sus logros sociales, y principios para nunca caer en la mentira o la ausencia de autocrítica.
Es una obviedad afirmar que no hay en la actualidad líder alguno que despierte tanta admiración en su pueblo, al tiempo que no exista una sola estatua o busto dedicado a él en toda Cuba. Son muchos también los que ven en ello la angustia por cómo reaccionará el pueblo cubano ante sus ausencia. Y también en esto encontramos otro mérito de Fidel. Son muchos los poderosos que se mantienen en el poder mediante la miserable estrategia de rodearse de mediocres que no les puedan hacer sombra. El mérito de la revolución cubana no es exclusivo del presidente cubano, sino de los cientos de personas brillantes, capacitadas, honestas y eficaces de las que ha sabido rodearse y asesorarse. Y todas ellas, junto a millones de cubanos, sabrán como mantener viva esa revolución y seguir dando ejemplo al mundo.
Este texto está incluido en el libro “Absuelto por la historia” (La Habana 2006), donde el periodista cubano Luis Báez, recoge numerosas opiniones y comentarios sobre el presidente de Cuba.