Hace 15 años, el 24 de julio de 2005 una nueva cadena de televisión comenzaba su andadura desde el Teatro Teresa Carreño de Caracas, capital de Venezuela. Pero no era una televisión cualquiera. Era la primera televisión multiestatal latinoamericana, la primera dedicada fundamentalmente a informativos, la primera que se proclamaba pensada desde el Sur y hacia los pueblos del Sur, la primera promovida por presidentes de izquierda que reclamaban así el papel de los poderes públicos en el derecho a la información de los ciudadanos.
La iniciativa fue del presidente venezolano Hugo Chávez, y formaban parte de ella, además de Venezuela, Cuba, Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador y posteriormente Uruguay y Nicaragua. Se declaró “un multimedio de comunicación latinoamericano con vocación social orientado a liderar y promover los procesos de unión de los pueblos del Sur”. Asimismo, reconocían trabajar “para la construcción de un nuevo orden comunicacional”.
Fue en 1980 cuando una Comisión Internacional de Estudio sobre los Problemas de la Comunicación creada por la ONU presentó ante la XXI Conferencia General de la UNESCO, reunida en Belgrado, el trabajo más riguroso y polémico de la historia de la comunicación, el llamado Informe McBride. Ese informe demostraba y legitimaba las denuncias formuladas por el Movimiento de Países No Alineados en Argel, en 1973 en el que se señaló que «La acción del imperialismo no se ha limitado a los dominios político y económico, sino que comprende igualmente los dominios cultural y social, imponiendo así una dominación ideológica extraña a los pueblos en vías de desarrollo».
El informe McBride denunció la fragilidad y la vulnerabilidad de la prensa a consecuencia de las grandes presiones económicas, financieras y políticas que sufrían los medios de comunicación del momento. Estas presiones tenían su origen en los intereses de las multinacionales de los grandes grupos de comunicación. Por ello se proponía eliminar los desequilibrios y desigualdades entre el tercer mundo y los países desarrollados en relación a la comunicación, así como aumentar la capacidad de los países del tercer mundo para mejorar la situación, el equipamiento y la formación profesional de los periodistas y sus medios.
En correspondencia con esas afirmaciones, los No Alineados exigieron, a partir de ese momento, avanzar hacia la concreción de un Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI), fundamental para la edificación de un Nuevo Orden Internacional de la Información y la Comunicación (NOIIC).
El informe fue aceptado por consenso en la Conferencia General de la UNESCO, pero generó tantas tensiones entre países ricos y pobres que finalizaron con la salida de los Estados Unidos y el Reino Unido de la UNESCO.
Telesur recoge aquel reto y surge la propuesta del presidente venezolano quien la lanzó en una cumbre como una alternativa de comunicación que reflejara el punto de vista del Sur frente al del Norte, que apostara por una integración latinoamericana, que fomentara su cultura, su idiosincrasia y rompiera con el modelo comunicativo dominado por el Norte denunciado en el informe McBride.
El nuevo canal americano abrió corresponsalías en prácticamente todos los países latinoamericanos, además Washington, Madrid y Londres. Durante su trayectoria ha tenido coberturas míticas como el golpe de Estado de Honduras, la guerra de Colombia o los Foros Sociales Mundiales, donde quiera que se celebraran. Con ello ha demostrado apostar por una nueva visión internacional de la actualidad desde la perspectiva hispanohablante.
En julio de 2014 inauguró un canal en inglés dirigido a Estados Unidos, que se emite desde Quito. En él se cuenta con la colaboración de figuras tan destacadas como Noam Chomsky, Oliver Stone o Tariq Ali. En julio de 2017 dio el salto del formato SD (Standard Definition) al HD (High Definition).
A lo largo de su trayectoria, Telesur ha firmado acuerdos con otras cadenas internacionales como Al-Jazeera, la británica BBC, la iraní IRIB o la china CCTV.
El acoso y las polémicas no cesaron nunca en torno a esa televisión, desde el congresista estadounidense Connie Mack que la acusó de terrorista por su acuerdo con la cadena qatarí o la salida de los países que pasaban a ser gobernados por la derecha como Argentina, Uruguay o Ecuador. El opositor Juan Guadó llegó a plantear la necesidad de cambiar toda la dirección profesional y la estructura de Telesur.
En estos quince años, como no podía ser de otra forma, Telesur ha tenido éxitos y otras cuestiones que no lo han sido tanto, pero nos ha dejado varias lecciones:
Que se necesitan unos Estados comprometidos con el derecho a la información para poner en marcha un proyecto televisivo. La inversión necesaria no vendrá del sector privado porque para ellos las televisiones solo son negocio o máquinas ideológicas al servicio del modelo neoliberal, ni tampoco de la sociedad organizada porque se necesitan unos recursos y una legislación imposible de lograr al margen del sector público.
Que en las sociedades del primer mundo, a pesar de la aparente oferta televisiva, existe demanda de canales con nuevos enfoques, se comprobó con la expectación que creó Telesur pero también con las cifras de audiencia de otras cadenas multinacionales promovidas por otros países como Rusia, Irán o China.
Que los poderes occidentales han reaccionado temerosos ante propuestas de comunicación audiovisual que no están bajo su control. Por ello no han dudado en poner todo tipo de trabas para que se puedan ver en sus países, desde vetarles en sus satélites hasta sancionarles con la excusa de guerras comerciales contra sus países. Países occidentales que dedicaron toda la vida al intervencionismo informativo en el bloque comunista ahora no dejan de quejarse de ser víctimas de campañas de mentiras y desestabilizaciones de televisiones de otros países cuando comprueban, impotentes que no pueden dominar sobre ellas.
El economista Branco Milanović recuerda (Milanovic, Branco. “Los “bulos”: la reacción al final del monopolio del relato”. Contexto, 21-2-2018) que desde 1949 hasta la caída de la URSS la información que ofrecían canales como la BBC o la CNN era mucho mayor que la de los canales nacionales de muchos países. Bien por motivos de censura o por bajos recursos, los medios anglosajones eran mejores y más creíbles que los medios locales de casi todo el mundo.
Y si nos fijamos en la información global, el dominio era todavía mayor, solo los citados tenían un alcance internacional. Como señala Milanovic, los medios estadounidenses y británicos libraban una batalla bastante desigual con los pequeños periódicos o televisiones nacionales, de modo que los primeros controlaban, en muchos casos completamente, los relatos políticos.
Los medios occidentales influían, por un lado en el relato político de su propio país de los habitantes de Zambia o Argentina, pero además, influían totalmente en lo que, por ejemplo, la gente de Zambia pensaba de Argentina o a la inversa, porque la cobertura de los medios locales de lo que ocurría en Argentina era prácticamente nula para alguien que vivía en Zambia y a la inversa.
Cuando cayó el bloque del Este el dominio fue todavía mayor porque los medios globales occidentales ya entraron a saco en los países excomunistas.
Poco después algunas potencias regionales comenzaron a desarrollar sus propios medios para intentar arrebatar el dominio de la información a los anglosajones. Comenzó Al Jazzera en el mundo árabe y siguieron los chinos y rusos. Incluso en el ámbito de la ficción lograron terminar con el dominio anglosajón con la producción de telenovelas indias o latinoamericanas.
Y llegamos a la última fase. Con la complicidad de los nuevos avances tecnológicos, los medios de comunicación no-occidentales que disponen del apoyo de fuertes Estados comenzaron a desafiar el monopolio occidental de las noticias no solo en sus regiones, sino también en el mundo occidental, incluso en nuestro idioma, español e inglés. Desde Rusia, China, Qatar, Irán o Venezuela con Telesur aparecen grupos mediáticos que no niegan su objetivo de presentar una alternativa al predominio del mensaje occidental, son conscientes de que un gran sector de la opinión pública mundial se niega a depender exclusivamente del mensaje monocorde de los medios occidentales y quiere conocer la interpretación de otros actores de la arena internacional.
En estos quince años, gracias a Telesur, han circulado más verdades por las ondas electromagnéticas. Otra deuda a sumar a las que tenemos con la revolución bolivariana.
Pascual Serrano fue asesor editorial de Telesur durante los años 2006 y 2007