No es ningún secreto, ni forma parte de ninguna teoría conspiratoria, que un mecanismo para neutralizar, o al menos encarrilar un potencial crítico y movilizador de una sociedad en la dirección que interese, es construir una causa de lucha que pueda generar bastante consenso, pero asegurarse de que esa causa sea manejada sin que afecte a las estructuras del sistema.
Archivos diarios: 30 de octubre de 2019
El uso (y abuso, en opinión de alguno) de las imágenes de batalla campal en Barcelona y otras ciudades de Catalunya ha generado en muchas personas la indignación de quienes consideran que no representan al movimiento independentista y que su profusión en los medios obedece al objetivo de desacreditar el pacifismo que siempre caracterizó y del que siempre alardeó el movimiento independentista catalán.
Desde hace unos meses el debate político gira en torno a las sentencias judiciales. Sucedió en el juicio de La Manada, el de Alsasua, el de Urdangarín, el de Juana Rivas por la custodia de sus hijos y ahora se ha repetido en el del Procés catalán.
Son habituales las críticas a los gobiernos por convertir los medios públicos en meros agentes de propaganda o, al menos, correas de transmisión de sus políticas. Sin embargo, como comprobamos frecuentemente, la derecha prefiere clausurarlas antes que domesticarlas
¿Qué hace más fuerte a una lucha social? ¿Contar con cien personas organizadas de forma estable con una sede física y tener propuestas de intervención políticas concretas? ¿O contar con mil personas movilizadas en la calle sin organización entre ellas ni sede ni propuestas de intervención institucional definidas?