Página personal del Periodista Y Escritor Pascual Serrano

“Una obra contra la mentalidad colonizada”

Una investigación social puede ayudar mucho a que sepamos cómo se manifiesta y qué efectos produce un problema social, y esto lo hace valiosa. O contribuir a que comprendamos lo esencial de un problema social, y esto la hace más valiosa. Pero si una investigación se ocupa de un problema social que es fundamental para que las personas en todo el mundo, y el planeta mismo, se salven o no se salven de la actuación de una dominación que es despiadada y desastrosa, entonces estamos ante una investigación social indispensable. Eso es lo que ha logrado Pascual Serrano y lo que expone en Medios violentos…

No exagero, ni hago elogios de ocasión. La dominación imperialista tuvo que enfrentar décadas de combates, crisis y pruebas muy duras durante gran parte del siglo pasado. Cientos de millones pelearon y conquistaron liberación y soberanía nacionales, probaron a crear el socialismo, exigieron que la convivencia pública y la gestión del gobierno se rijan por normas democráticas, aprendieron a aumentar cada vez más sus niveles de conocimiento, a reconocer y reivindicar sus diferentes identidades, a abominar el racismo y a tratar de pacificar la existencia. Todo eso va, objetivamente, contra la existencia misma del capitalismo porque evidencia su verdadera naturaleza, porque limita su obtención de ganancias y su ejercicio del poder, porque va instituyendo personas, relaciones y aspiraciones que, en la medida en que crezca su conciencia y su organización, van a luchar en busca de su liberación total.

Se ha creado, en consecuencia, una acumulación cultural de identidades, resistencias y rebeldías en el mundo, que es un peligro mortal potencial para el capitalismo. Pero este lo sabe, y sabe también que en las últimas décadas su dominación se ha vuelto cada vez más hipercentralizada, en la economía y en el poder, y más parasitaria en su modo de producción.  

La propia naturaleza imperialista actual ha ido acabando con lo que quedaba de libre competencia y de libre mercado, y se ha perdido la gran promesa que hizo con su modernidad. El neocolonialismo mismo, la madurez de la universalización del sistema, que era tan superior al colonialismo, está en bancarrota y se sustituye por la colonización selectiva de países y zonas. Los instrumentos del gran capital cobran tributos a escala mundial. Las ideas mismas de progreso ―tan antigua― y de desarrollo ―tan moderna― han sido archivadas. El gran pensamiento social, que hizo proezas o mantuvo altos niveles dentro del capitalismo, ha tenido que ceder el terreno ante el pensamiento débil.  La lucha misma contra el comunismo era muy superior a los engendros actuales, como la globalización y las acciones “humanitarias”, o a los talismanes ideológicos de las luchas contra el terrorismo, contra el narcotráfico o contra la pobreza, que son como aquel bandido que gritaba: “¡agarren al ladrón!”.

El conjunto resulta muy riesgoso para la hegemonía del capitalismo. Por eso la dominación ha tenido que vaciar cada vez más de contenido a sus sistemas político-democráticos, y hacer que el poder se ejerza muy lejos de donde están los controles. Y se ha visto en la necesidad de ir quitándoles a los pueblos los logros intelectuales, de sentimientos políticos y morales que conquistaron en el siglo XX, mediante la construcción de un régimen totalitario en los terrenos de la información, la formación de opinión pública y los gustos, y las inclinaciones relacionados con el interés general de la dominación.

Una guerra cultural a escala planetaria es el centro actual del guerrerismo imperialista, más grande que sus guerras y agresiones con aviones y soldados, y mucho más ambiciosa porque ella pretende desmontar y sobre todo prevenir las resistencias y las rebeldías, conseguir el consentimiento a su dominación, inclusive de los excluidos, proveer los temas que se han de consumir en la vida pública y los sueños de la vida que parece privada, generalizar una cultura del miedo, de la fragmentación, de la resignación o del sálvese quien pueda, abolir el pasado y el futuro, y conseguir que todos creamos que aunque todas las diferencias pueden ser válidas, solo es posible vivir como ordena el capitalismo.

Por esto es indispensable la investigación que nos expone aquí Pascual Serrano. Él se ha ido al funcionamiento del centro del sistema de dominación, de la formación de esa nueva hegemonía, y ha tomado un caso paradigmático para su estudio: las palabras y las imágenes puestas al servicio del odio y de la guerra. El rechazo abstracto a la violencia ha sido una victoria ideológica imperialista de la dominación en las últimas décadas, muchos millones de personas decentes lo comparten, y son demonizados los que combaten con un arma en la mano, en defensa de la vida y los derechos elementales de los humildes y la soberanía de sus pueblos. Mientras, una violencia sistemática reina en el mundo, desde la del hambre hasta el bombardeo aéreo contra bodas y hospitales. El rechazo abstracto de la violencia está dirigido a lograr el desarme preventivo de los dominados.

Pascual investiga y expone cómo la dominación capitalista, para decirlo en sus palabras, prepara “un estado de opinión entre la ciudadanía que siente las bases adecuadas de odio y agresividad necesarias para iniciar la confrontación”, y no tanto “presentar cómo se condiciona la información en entornos de guerra”. Es decir, cómo conseguir que la gente común y decente aplauda y apoye las agresiones y las guerras imperialistas.

No voy a usar tiempo en decir quién es Pascual Serrano, cómo ha sabido dedicar todos sus esfuerzos a tareas muy prácticas de informar y dar elementos para que las personas piensen, ayudar a la resistencia, al totalitarismo de los medios del capitalismo, y a la solidaridad con los pueblos. Pero quiero destacar que Pascual también sabe que uno de los mejores recursos de la dominación contemporánea es dividirnos en elites, que conocen a fondo lo que sucede y los mecanismos, que nos leemos unos a otros y nos apreciamos, y una masa enorme e inerte, que debe consumir la comida para bebés que le sirven, y ser desorientada y manipulada. Por eso él expresa en este libro que le interesa sobre todo llegar más allá del gremio de los especialistas en comunicación y de las personas más conscientes. Y lo más importante es que lo logra, con una estructura muy clara y atrayente, con una prosa llana y cuidada a la vez, y con una combinación de un aparato conceptual que no se exhibe ―al buen sastre no se le nota la costura― y una argumentación que resulta convincente porque no apela a los adjetivos, sino a datos contundentes y referencias irrebatibles.

Es muy positivo que este autor parta de que él no tiene un púbico cautivo, de que esa es una carta que está en poder del adversario. Y no olvida nunca que existe un sentido común bastante afianzado, según el cual la libertad de expresión funciona en los países centrales del sistema, a pesar de todos los males que les veamos. Creencia o sofisma que les permite manipular a millones, o entontecerlos, y que también a veces nos perjudica a nosotros, cuando rechazamos la libertad de expresión en vez de comprender que solo nuestro régimen puede y necesita al mismo tiempo desarrollarla, y hacerla superior y diferente a la del capitalismo.

Pascual expone sin olvidar nunca aquella carta marcada, y eso le brinda más profundidad y eficacia a sus argumentos. También sabe que es hijo de una tradición de intelectuales rebeldes en al entraña del monstruo ―que en EE.UU. va de Mark Twain a Chomsky―, que hoy son tolerados en su nicho, pero “no venden”. Pero también sabe que aquella acumulación cultural de identidades, resistencias y rebeldías puede unirse a nuevas formas de contrarrestar el dominio sobre las mentes y los corazones, y confía en que la nueva hegemonía contiene no solamente eficacia, sino elementos que pueden ser utilizados en su contra, y que si la conciencia y los niveles de organización aumentan los movimientos populares combativos y los poderes populares pueden avanzar, unirse y llegar a constituir un bloque histórico y un polo atractivo de alianzas, para enfrentar con éxito a los problemas fundamentales del mundo actual y los enemigos de la humanidad.

Por eso Pascual afirma que el mayor sistema de control global que ha existido en la historia va generando cada vez más incredulidad y desconfianza, y se van desarrollando propuestas y alternativas para enfrentarlos. Se da cuenta de que depende de la acción crear y desplegar esos instrumentos, y exige que no seamos espectadores, que actuemos para crear otro sistema informativo que es posible y necesario.

Después de un breve prólogo iluminador, el libro está organizado, a mi juicio, en tres momentos y secciones muy bien articuladas. La primera abarca dos tercios del libro. En siete capítulos se exponen las características fundamentales y el modo de operar de los medios para lograr el objetivo de sembrar el odio, ganar apoyo popular, fomentar la ignorancia, desinformar y enseñar a no pensar, asustar a todos, prostituir o hacer inocuo el trabajo de los profesionales de los medios, y brindarle ganancias a sus dueños y victorias al sistema. Les leo sus títulos porque son expresivos:

En los cuatro capítulos de la segunda sección, Pascual expone otros medios para estimular la agresividad además de los directos, mediante el sesgo informativo, el doble rasero, los premios a la violencia o considerar por igual y sin distingos a toda violencia. Muestra la falsedad de que los medios se distancien de las partes y los intereses en conflicto y de que informen de estos en forma neutral. Denuncia las medidas que se toman contra los periodistas que desobedecen las reglas totalitarias o tratan de informar con honestidad cuando no deben, y los ataques a los medios del sistema, supuestos “no gubernamentales” o “independientes”, por ser de propiedad privada, y los intentos de establecer controles y reclamar que cumplan deberes respecto a la sociedad en que actúan y se atengan a las leyes. El autor presenta iniciativas sociales a favor de un periodismo diferente, que analice las causas de lo que sucede y ofrezca a los ciudadanos información suficiente, que recoja iniciativas y brinde acceso a los medios y las opiniones e informaciones de los ciudadanos.

El capítulo titulado Epílogo es el tercer momento de la obra. En él, Serrano define a una violencia que acompaña siempre a la destructiva directa, y le llama violencia constituyente, porque constituye sujetos desconectados e indefensos, mayorías desorganizadas. Vuelvo a utilizar sus palabras para sintetizar el contenido: “dos aspectos de la violencia de los medios de comunicación: la construcción de la noticia y la construcción del lector o del receptor”.

Los análisis de ese sistema de medios y el desmontaje de sus hechos y sus procedimientos se suceden a lo largo del libro, a diferentes niveles, según le es necesario a la exposición, pero nunca pierden las cualidades que apunté antes. A uno le saltan al leerlo tantas imágenes y palabras que consumimos, en las que se puede palpar esta guerra cultural que Pascual nos ayuda a combatir. Recuerdo por ejemplo a CNN entrevistando a un médico cubano en Haití y diciendo que es español, cuando el periodista sabe que es cubano, cambiando su apellido, ¿por si acaso?, y tratando a la vez de mantener la credibilidad del medio porque ya es imposible seguir ocultando la presencia y la labor de esos médicos en Haití.

Este libro está lleno de verdades. Pascual se refiere al escándalo de que convivan dramáticamente “la ausencia de restricciones importantes de la libertad de expresión y el alcance y la eficiencia de los métodos utilizados para reprimir la libertad de pensamiento y de acción”. Pero en la misma página, desde una posición moral respaldada por su actividad incansable y su lucidez movilizada, nos advierte que junto a las ventajas de Internet puede estarse reforzando el aislamiento del individuo encerrado en su casa frente al ordenador, y que incluso el ciberespacio puede ofrecer propuestas falsas de activismo social, como la recogida de firmas virtuales que tranquiliza conciencias pero será inútil si no se traduce en acciones y movilizaciones sociales y políticas. No puedo evitar el recuerdo de aquella canción tan rebelde de Silvio, en el que citaba al firmante de manifiestos contar las bombas que caían a tantísimas millas de su refrigerador.

Provoca una alegría grande ver la publicación por la Editorial José Martí de este libro tan valioso, también para el lector cubano. En una entrevista reciente, decía Pascual Serrano: “La izquierda tradicional necesita comprender que no hay un acuerdo con el latifundista, porque él nunca va a querer perder el latifundio, ni el de la tierra ni el de los medios de comunicación “este libro nos refuerza la comprensión de que no estamos exentos de algunos de los males que se explican aquí, ante todo porque es imposible vivir en una urna de cristal ajenos a la influencia de un sistema que cuenta con tan poderosas fuerzas y medios y que ha proveído a lo largo y ancho del planeta, la única cultura universalizable que ha existido hasta hoy. Nos ayuda a cumplir con la exigencia de estar alertas contra la recepción acrítica que más de una vez hacemos de palabras, imágenes y cifras procedentes de la inmensa fábrica capitalista de información, formación de opinión y de gustos, y conversión de la población en un público inerte o manipulado. Contribuye al combate tenaz e inteligente al que estamos obligados, contra el colonialismo que sobrevive y se reproduce en tantas obras sutiles y refuerza la mentalidad colonizada, subalterna que no logra levantarse y andar más allá de la escasez de recursos y la mezquindad de horizontes, cuando tenemos un pueblo que posee unos niveles de información extraordinarios y una conciencia política maravillosa.

Por tantos aportes en una sola obra, muchas gracias, Pascual.

http://www.lajiribilla.co.cu/2010/n458_02/458_103.html

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