En las últimas décadas fuimos viendo el retroceso del papel de los Estados ante los poderes económicos y financieros. Empresas multinacionales, grandes tecnológicas, gigantes fondos inversores logran desbordar las fronteras y las competencias de los Estados, burlar sus reglamentaciones o conseguir que se vacíen de contenido los parlamentos y las leyes que aprobaban los gobiernos. Todo ello es lo que llevó a los filósofos Toni Negri y Michael Hardt a señalar en su libro Imperio que la soberanía ya no estaba en manos de los Estados nación, ni siquiera de grandes potencias (imperios) sino de un conjunto de organismos y dispositivos supranacionales. En realidad es lo que en términos de la economía se llamó globalización. Frente a la lectura benevolente que hacían estos dos autores, el argentino Atilio Borón (Imperio & imperialismo) señalaba que la globalización consolidaba la dominación imperialista y profundizaba la sumisión de los capitalismos periféricos, cada vez más incapaces de ejercer un mínimo de control sobre sus procesos económicos y domésticos. Es por ello que Borón defendía la vigencia del Estado nación como reducto de resistencia frente a la ola avasalladora de la globalización. Obsérvese que estoy refiriéndome a esta discusión en pasado, porque ambos libros salieron a la luz a principios de este siglo, hace ya veinte años.
Pues bien, parece que estos nuevos tiempos de pandemia y la eclosión de nuevos actores internacionales, especialmente China, pero también otros como Rusia, Irán o Turquía, han demostrado la importancia de un Estado nación fuerte.
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