Dos breves y recónditos textos históricos me han resultado tremendamente actuales para interpretar el presente. Uno es del corresponsal del periódico soviético Pravda en la guerra civil española, Mijaíl Koltsov, en el que, con motivo del Congreso Extraordinario de República Autónoma Soviética de Bashkiria (en la actualidad se conoce como Bashkortostán), el 13 noviembre 1936, expone el panorama internacional ante el avance del fascismo:
El Congreso se ha celebrado en la época en que en el mundo capitalista se pisotean hasta las más raquíticas libertades democráticas, conquistadas por siglo y medio de revoluciones burguesas y lucha parlamentario.
En una época en que se han abolido hasta los derechos que sobre el papel se asignaba a los ciudadanos del estamento proletario y campesino.
(…) En la época en la que los estados capitalistas han retrocedido del régimen democrático al régimen de los patricios romanos, de caballeros, de clientes y esclavos. (Diario de la guerra de España, BackList, 2009).
No puedo evitar encontrar paralelismos con el momento actual en el que los inmigrantes no tienen derecho a la asistencia sanitaria, los pensionistas deben pagar los medicamentos, los niños pagar por comer su propia comida en el colegio, miles de familias son desalojadas de sus viviendas por los bancos, nuevos códigos penales amenazan con encarcelar a quiénes convoquen manifestaciones y maestros, médicos y todo tipo de personal público que colabora en atender las necesidades de los ciudadanos es despedido por miles. Todo ello mientras instituciones y gobernantes asisten impotentes o cómplices a la toma del poder político por el sector financiero.
El otro texto lo recoge el escritor y activista político Tariq Ali en su libro Años de lucha en la calle (Foca, 2007) y procede de un artículo del historiador Eric Hobsbawn sobre el ambiente en la Francia de mayo de 1968:
Sabíamos -aunque los políticos no- que la gente no está contenta. Todos sienten que su vida carece de significado en una sociedad consumista. Saben que, aunque estén cómodos (y muchos no lo están), también son más impotentes que antes, están más empujados de un lado a otro por unas organizaciones gigantescas para las que son artículos, no hombres. Saben que los mecanismos oficiales para representarlos -elecciones, partidos, etc.- han tendido a convertirse en instituciones ceremoniales que atraviesan rituales vacíos. Eso no les gusta, pero hasta hace poco no sabían qué hacer al respecto, y quizás se hayan preguntado si había algo que pudieran hacer al respecto. Lo que Francia prueba es que cuando alguien demuestra que no son impotentes, es posible que las personas empiecen a actuar de nuevo. Quizá incluso más que esto: que sólo el sentimiento de impotencia nos esté impidiendo a muchos actuar como hombres y no como zombis.
De nuevo una sensación similar, y una luz: la esperanza de que algo se pueda cambiar, de que la impotencia no es inevitable, y que exista la posibilidad de desencadenar un movimiento entusiasta que se enfrente a la resignación y la sumisión. Es verdad que esa esperanza terminó sofocada en el mayo del 68, entre otras razones, porque los partidos políticos de izquierda no estuvieron a la altura. De ello debemos aprender. Por un lado, los partidos que de verdad quieran evitar el desastre al que nos abocamos para que no tengan miedo a la rebelión y, por otro, los indignados a que no tengan tampoco miedo a la organización, a la implicación en estructuras políticas decentes y valientes, y a la toma del poder político, única vía para derrocar a los actuales mercados gobernantes. Ya hemos visto cuánto parecido hay entre lo que estamos viviendo y el fascismo que asoló Europa el siglo pasado.
Pascual Serrano es periodista. Su último libro es "Contra la neutralidad. Tras los pasos de John Reed, Ryzard Kapuścińsky, Edgar Snow, Rodolfo Walsh y Robert Capa". Editorial Península. Barcelona