No es difícil, después de haber estado los últimos diez días de septiembre en Gaza, imaginar esa pequeña franja de tierra, una vez más, bajo terroríficos bombardeos desde tierra, mar y aire. Donde quiera que uno mire encuentra la amenaza militar israelí. Con apenas diez kilómetros de ancho y treinta de largo, la franja de Gaza y su más de millón y medio de habitantes, viven rodeados de tanques israelíes que bloquean su frontera terrestre; globos espías y drones (aviones no tripulados) que sobrevuelan su espacio aéreo buscando el lugar donde disparar sus misiles; y barcos militares que acechan a apenas dos millas de su costa mediterránea.
Los palestinos de Gaza no conocen la paz. Sus pescadores son ametrallados por las patrulleras israelíes, los campesinos son disparados cuando se acercan a los campos que tienen cerca de la frontera, el misil de un dron puede caer en el momento más inesperado en el lugar más imprevisto y dejar un reguero de civiles muertos. El bloqueo, del que apenas se habla, impide que puedan poner en marcha sus depuradoras destruidas por los bombardeos de 2009 por lo que tienen la costa más contaminada de todo el Mediterráneo. Sus escuelas y centros médicos están desabastecidos, muchos productos de primera necesidad deben entrar a cuentagotas por una red de surrealistas túneles clandestinos que comunican Gaza con Egipto (el paso de Rafah) puesto que esa frontera solo está autorizada para el paso de personas.
Justificar las bombas de Israel en su derecho a defenderse de los palestinos, como hacen algunos miserables, es como reivindicar el derecho del carcelero a golpear al preso encadenado porque éste intenta tirar de sus grilletes. Obama justificaba la enésima masacre cometida con Israel afirmando que “ningún país en el mundo toleraría que lancen misiles contra sus ciudadanos desde fuera de sus fronteras. De modo que apoyamos plenamente el derecho de Israel de defenderse de los misiles que impactan en las casas y en los lugares de trabajo de la población y que tienen el potencial de matar civiles”. Pero 1500 cohetes Qasam de Hamas sólo han logrado provocar la muerte de seis israelíes, mientras el ejército hebreo ha asesinado a 175 palestinos, dos tercios de ellos civiles. Según un artículo publicado en la revista de medicina británica The Lancet, las fuerzas armadas israelíes han matado a más de 6.000 palestinos desde el año 2000. Durante mi estancia en Gaza uno de los cohetes palestinos lanzado desde pocos metros de donde yo me encontraba cayó en el mar, más cerca de tierra palestina que de ningún objetivo israelí, lo que da idea de su precariedad e ineficacia. Es evidente que sólo pueden disparar de forma discrecional sin seleccionar objetivos, son los golpes del preso esposado que sólo son eficaces si el carcelero está de espaldas. Mientras tanto, Israel bombardea escuelas de la ONU (dieciocho en esta última operación Pilar de Defensa), centros sanitarios, sedes de ONG’s, bancos tiendas, oficinas públicas civiles y hasta centros de prensa internacional. Basta observar el estado en que el ejército israelí dejó el aeropuerto Gaza tras la operación Plomo Fundido, construido con fondos europeos, en su mayoría españoles, sin que la comunidad internacional haya tomado ninguna medida. El aeropuerto de Gaza, que apenas funcionó algunos años, no solamente fue arrasado por las bombas israelíes, sino que los bulldozer se encargaron de levantar el firme de las pistas de aterrizaje para asegurarse su inoperatividad. El Centro Palestino para los Derechos Humanos ha denunciado en diversas ocasiones que, tras advertir a los palestinos que dejaran sus casas y se refugiaran en escuelas bajo la autoridad de la ONU, el ejército israelí las bombardeó provocando la muerte de civiles.
Mientras tanto, la pasividad de la comunidad internacional, en especial las potencias occidentales, no se puede calificar de otro modo que de complicidad. No deja de ser cínico que esa comunidad que aprobaba intervenciones militares de la OTAN para proteger los civiles libios permita que esa misma alianza militar entrene a los pilotos de aviones de guerra israelí, y esos medios de comunicación que se escandalizan porque el gobierno sirio impide la libertad de movimiento de periodistas en Siria, apenas hayan enviado corresponsales a Gaza o asuma que sean asesinados por las bombas israelíes. Es patético que la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina (UNRWA) haya iniciado una campaña pidiendo a los ciudadanos de la comunidad internacional que colaboren económicamente para rehabilitar las escuelas que la agencia tiene en Palestina, y que Israel ha destruido ante la pasividad del Consejo de Seguridad de esas mismas Naciones Unidas. Richard Falk, el relator especial sobre la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados afirmó que “ya es hora de que la comunidad internacional asuma algún tipo de responsabilidad en la protección de la población de Gaza”.
Occidente acusa a Hamas de no reconocer al estado israelí, lo que le convierte, según sus detractores, en una organización terrorista a la altura de los responsables del holocausto judío. Sin embargo, la reciente votación de la ONU ha dejado en evidencia, una vez más, que ni Israel ni Estados Unidos quieren reconocer al estado palestino. Recientemente, Noam Chomsky, tras su visita a Gaza, afirmaba en una entrevista con la periodista estadounidense Amy Goodman que “Hamas no tiene por qué reconocer a Israel más que Kadima [el partido del presidente de Israel, Shimon Peres] a Palestina. Uno podría preguntarse si un gobierno dirigido por Hamas reconocería a Israel o si un gobierno dirigido por Kadima o por el Partido Demócrata reconocería a Palestina. Hasta ahora todos se han negado a hacerlo, limitándose a la posición de rechazo que EEUU e Israel han mantenido durante unos treinta años de aislamiento internacional”.
El modo de resolver el futuro palestino no es fácil. Este verano, la periodista israelí Amira Hass, la única periodista de Israel que informa desde los territorios ocupados, me contaba que la opción de dos pueblos dos Estados cada vez están siendo más inviable. Lo más grave es que, hasta lo perfectamente viable, lógico y decente, que es el final del bloqueo a Gaza y las masacres de civiles palestinos, sea un asunto del que las potencias occidentales se desentiendan.
Pascual Serrano es periodista. Su último libro es "Periodismo canalla. Los medios contra la información". Icaria Editorial.