Los acontecimientos ocurridos en Ecuador el pasado mes de enero han demostrado la larga mano de Estados Unidos en América Latina. Quienes pensaban que el fin de la guerra fría había supuesto un relajo del tío Sam en el control de lo que éste siempre consideró su patio trasero, han podido comprobar que estaban equivocados. Hoy, en Ecuador, la economía está en vías de dolarización y su presidente está designado por Estados Unidos, no lo han elegido los ecuatorianos. Se puede concluir por tanto que el pueblo de Ecuador ha perdido su soberanía económica y política.
Pero repasemos los acontecimientos. Tras diecisiete meses en el gobierno, el presidente Jamil Mahuad había llevado a Ecuador a una de las peores crisis de su historia. Un conservador informe del Banco Mundial calcula que cerca de dos millones de personas se debaten en la pobreza extrema, y que más de cinco millones, el 46 % de la población, son pobres. Las cifras aportadas por la Coordinadora Nacional Campesina son mucho más escalofriantes: "las medidas económicas del presidente han devaluado nuestra moneda en más del 400 %, han incrementado la pobreza llegando a cifras alarmantes, el 90 % de la población es pobre, de éstos el 70 % viven en condiciones extremas de pobreza, siendo más fuerte en los pobladores rurales, la desnutrición afecta a más del 60 % de los niños menores de cinco años". En septiembre de 1998 los precios del gas de uso doméstico y del servicio eléctrico subían un 300 %. La política de libre mercado estaba causando estragos: bajos niveles de educación, precarias condiciones sanitarias y altos niveles de desnutrición y enfermedades. En 1999 más de medio millón de ecuatorianos emigraron legal e ilegalmente a Estados Unidos y Europa buscando desesperadamente una salida.
El presidente Mahuad terminó el año con los peores índices de popularidad y credibilidad. Las cifras de apoyo estaban por debajo del 10 %, cuando en agosto de 1998, mes en que inició el mandato, superaba el 70 %. En los 17 meses que ocupó la presidencia se enfrentó a cuatro huelgas generales que paralizaron el país. Pero el mayor y más grave de todos los despropósitos del presidente fue el caos y la corrupción financiera que se desencadenó ante los ojos del Fondo Monetario Internacional. No sólo se destapó el apoyo del banquero Fernando Aspiazu a la candidatura presidencial de Mahuad con tres millones de dólares, sino que el carácter especulativo de los capitales ecuatorianos provocó una estampida de dinero al exterior que supuso la debacle del sistema bancario. Se desveló todo un rosario de manejos corruptos bancarios que incluían autopréstamos, contabilidades maquilladas y otras muchas irregularidades del sector financiero que el gobierno resolvió mediante el desembolso de 1.500 millones de dólares de fondos públicos. La inflación se disparó al 60 %, la mayor de América Latina. Tras eso, se incautaron los fondos y ahorros de los ecuatorianos que vieron que no podían sacar su dinero en un periodo de siete a diez años. Así se salvaron las fortunas de muchos banqueros y se arruinó todo un país. Según la Coordinadora Nacional Campesina "Mahuad entregó más de 2.500 millones de dólares a las seis familias económicamente poderosas dueñas del sistema financiero y 20 familias de Ecuador controlan el 70 % de los ingresos".
La credibilidad del presidente tocaba fondo y, cuando ya se pedía a gritos su destitución, el 9 de enero anunciaba la dolarización de la economía ecuatoriana. Con la dolarización, tal y como sucede en Panamá, se sustituye la moneda nacional, el sucre, por el dólar, que asume las tres funciones esenciales: reserva, unidad de cuenta y medio de pago. Según los indígenas, con esta medida "se está entregando la soberanía y el control de la economía del país a los sectores exportadores.".
El estallido popular al grito de "Fuera Mahuad, viva el Ecuador" llevó a la capital del país a miles de indígenas que tomaban el viernes 21 de enero la sede del Congreso, disolvían los tres poderes, proclamaban el Parlamento Nacional de los Pueblos de Ecuador y constituían la Junta de Salvación Nacional conformada por el líder indígena Antonio Vargas, el expresidente de la Corte Suprema de Justicia, Carlos Solozano y el coronel Lucio Gutiérrez. Era el quinto levantamiento protagonizado por los indígenas ecuatorianos en los últimos diez años.
Los apoyos a los miles de indígenas que tomaban el poder eran numerosos. El Frente Ecuatoriano de Derechos Humanos convocaba a "todas las organizaciones a impulsar procesos de participación democrática y pluralistas a través de los parlamentos de los pueblos" creados por los indígenas. Asociaciones de ecuatorianos en el exterior como Ecuatorianos Unidos, con sede en Canadá, y Liderazgo Ecuatoriano en el Exterior, en EE.UU, pedían a los gobiernos "el apoyo diplomático al nuevo gobierno de Salvación Nacional". "Ecuador, al igual que muchas de las hermanas naciones latinoamericanas -afirmaban en un comunicado-, es víctima cada cuatro años de un cierto espejismo, por el que mercaderes, la clase dominante y los partidos políticos tradicionales, apoyados en sus respectivos sectores de poder, despliegan verdaderas campañas de manipulación masiva, entregando promesas y programas de gobierno que nunca se cumplen". El Frente Latinoamericano contra la Impunidad saluda al nuevo "triunvirato popular". "Vuestro triunfo es el de millones de empobrecidos, marginados, excluidos del conteniente", afirman en su comunicado.
El nuevo poder popular hablaba de "refundar el país", de "justicia social", de "fin del neoliberalismo", etc. Las alarmas saltaron. El gobierno Clinton lanza sus primeras amenazas. A través de la embajada de Lima dicta instrucciones a la Organización de Estados Americanos. El ex presidente colombiano César Gabiria, portavoz de la OEA, advierte contra la "ruptura constitucional". EE.UU. amenaza con aislar al nuevo gobierno, el bloqueo económico y hasta, posiblemente, una intervención militar como la efectuada en Haití. Se está preparando el contragolpe. El ejército está dividido entre quienes apoyan a los indígenas y al movimiento popular y quienes se oponen. En la madrugada del sábado el general Carlos Mendoza recibe dos llamadas de funcionarios estadounidenses que le formulan "sugerencias". Se presenta en el Parlamento ocupado apoyando el levantamiento y uniéndose a las voces que piden la destitución del presidente. Se incorpora al triunvirato popular sustituyendo al coronel Lucio Gutiérrez y, una vez ganada la confianza de los sublevados, disuelve el triunvirato y entrega el poder al hasta entonces vicepresidente Gustavo Novoa, fiel a las medidas neoliberales del anterior presidente. Los titulares de prensa dan carpetazo al levantamiento popular: "Golpe de estado impedido por el general demócrata", "El ejército restablece la Constitución". El gobierno norteamericano respira tranquilo, los banqueros se recuperan del susto y los indígenas vuelven a sus comunidades sabiéndose traicionados.
Se inicia ahora la represión y depuración de los elementos progresistas del ejército. El coronel leal a los indígenas Lucio Gutiérrez es detenido. La Ministra Fiscal del Estado, Mariana Yépez pide prisión preventiva para el dirigente Antonio Vargas y el juez Carlos Solózano, los otros dos miembros del triunvirato popular. Da también orden de prisión contra dos diputados que apoyaron a los indígenas. Pocos días después el Juzgado Primero Militar ordena la investigación de 300 militares por su participación en la sublevación y arresta a otros oficiales, con lo que suman doce los militares detenidos en los cinco primeros días. Algunos militares son trasladados y acuartelados a cientos de kilómetros de Quito, en lugares sólo accesibles por vía aérea.
Estados Unidos recupera así, mediante un golpe de estado militar disfrazado, el control de un país clave como banco de pruebas económico y militar frente al considerable poder de la guerrilla colombiana y las incertidumbres que provoca el popular presidente venezolano Hugo Chávez.
En la toma del poder por unas horas de los indígenas, liderados por la Coordinadora Nacional Indígena de Ecuador (CONAIE), aparecen dos elementos fundamentales y a su vez novedosos. El desplazamiento de los partidos políticos tradicionales como protagonistas de las iniciativas populares y el compromiso de un importante sector militar con los sectores populares. La CONAIE, a pesar de contar con ciertas divisiones, se encuentra mucho más unida que muchos partidos políticos de izquierda. Ha participado en elecciones municipales y gobierna municipios que administra construyendo espacios alternativos mediante la construcción de un sistema de organización desde abajo. No es la primera vez que derrocan a un presidente en Ecuador, lo hicieron con el espantajo Abdalá Bucaram. El analista del diario mexicano La Jornada ha expresado claramente lo que está sucediendo: "Cuando los partidos no sólo pierden apoyo y contenido sino que también adoptan como marco para su acción el sistema y la política neoliberal, los movimientos sociales los remplazan como eje de la vida política, que no pasa ya ni por aquellos ni por las elecciones sino por la constitución de poderes locales y la reconstrucción del Estado desde abajo". Es el caso de los zapatistas en México o los Sin Tierra de Brasil.
En cuanto a los militares, también va siendo hora de que rompamos algunos prejuicios. Al igual que ocurrió con la Iglesia y la Teología de la Liberación, en organizaciones sumamente jerárquicas y, en principio, reaccionarias, surgen rupturas horizontales de elementos que se sienten comprometidos con la causa de los más pobres. La humillación a la que se ven sometidos algunos países de América Latina, ha provocado en varias ocasiones reacciones antiimperalistas que buscan recuperar la dignidad de pueblos saqueados por multinacionales y vecinos del Norte. Militar no es por fuerza sinónimo de gorila al servicio de Estados Unidos. No todo golpe dado con participación militar es un golpe sólo militar o una dictadura represiva. Si bien un sistema militar es lo más alejado de la democracia, existen múltiples ejemplos de sectores uniformados que se han unido a las reivindicaciones populares. Son muchos los soldados y oficiales de baja graduación que saben cuáles son sus orígenes y comparten las miserias de los más pobres. Es reciente el caso de Hugo Chávez y sus seguidores. Existen más, oficiales de Batista que se unieron al M26 de Fidel Castro o el intento de rebelión de un grupo de militares salvadoreños en 1979 contra la cúpula del Ejército.
En Ecuador, los poderes financieros internacionales que a través del sistema bancario han empobrecido al país, las petroleras que están saqueando la riqueza natural y los militares norteamericanos que utilizan su suelo como base de operaciones contra Colombia han ganado una batalla. Pero los indígenas y los pobres continúan organizados y concienciados, llevan cinco levantamientos en una década y han derrocado a dos presidentes en dos años. Saben que, tarde o temprano, su voz volverá a oírse.