El pasado 5 de septiembre The New York Times publicó una columna de opinión anónima de «un funcionario de alto rango en el gobierno de Donald Trump» cuya identidad era conocida por el diario pero que se publicaba sin firma porque, decían, su «empleo estaría en riesgo por divulgar su nombre». El periódico señalaba que «publicar este ensayo sin firma es la única manera de ofrecer una perspectiva importante a nuestros lectores».
Creo que es importante analizar desde la ética y los principios periodísticos esta publicación. Por supuesto, aquí es irrelevante la opinión que podamos tener de Donald Trump; se trata de valorar la ilicitud de difundir un artículo anónimo de alguien que dice que forma parte del gobierno de Trump. Se podría aducir que la publicación anónima de ese artículo se enmarca dentro del secreto profesional periodístico, es decir, el derecho del periodista a mantener el anonimato de sus fuentes. Pero es que, en este caso, no existe periodismo ni periodista. En realidad no existe información concreta alguna, son opiniones y afirmaciones de un alto cargo del gobierno que no se identifica y que hace graves acusaciones contra el presidente del país: «falta de moral del presidente», «irreflexivo, conflictivo, mezquino e ineficaz».