Alguna vez he citado una parábola que trata de que si se echa una rana a una olla con agua hirviendo, ésta percibe la mortal temperatura, salta inmediatamente hacia afuera y consigue escapar de la olla sin quemarse. En cambio, si inicialmente en la olla ponemos agua a temperatura ambiente y echamos la rana, ésta se queda tan tranquila dentro del recipiente y, si comenzamos a calentar el agua poco a poco, la rana no reacciona bruscamente sino que se va acomodando a la nueva temperatura del agua hasta perder la conciencia y terminar muerta por el calor. La he vuelto a recordar con motivo de algunos procesos judiciales recientes.
Hace veinte años no hubiéramos imaginado que un cantante entrase en prisión por las letras de una canción, condenado a tres años y medio por enaltecimiento del terrorismo e injurias a la Corona. Ni tampoco que un rapero pudiese ser condenado a dos años y un día de cárcel y 24.300 euros de multa por delitos de enaltecimiento del terrorismo con agravante de reincidencia, injurias y calumnias contra la Corona y las instituciones del Estado por el contenido de unos tuits. Ni que el director y subidrector de la revista satírica El Jueves fuesen juzgados por un delito de injurias por una noticia de humor claramente inventada sobre la policía. O que un actor debiera presentarse ante un juez por escribir que se caga en Dios, algo que se decía en los bares hasta en los tiempos del nacionalcatolicismo (cuando no te oía el cura ni el sargento).