No soy amigo de “conspiranoias”, pero lo sucedido en el PSOE, junto con el último capítulo de sublevación díscola y heroica de Pedro Sánchez, es muy sospechoso. Parémonos a pensar. La crisis/reyertas de sus últimos comités federales han supuesto un tremendo daño a la imagen del partido socialista. La sensación más generalizada entre la ciudadanía es que el partido sale muy tocado y con un futuro muy difícil para recuperar el apoyo que hasta ahora ha disfrutado. Por otro lado, estamos más o menos de acuerdo en que la militancia y simpatizantes no han visto con buenos ojos la decisión de abstenerse en la investidura de Rajoy. En conclusión, la situación es de una imagen dañada por la confrontación y por el comportamiento en la votación de investidura.
Sin embargo, hay alguien que, ante toda esa debacle, sale reforzado como coherente, honesto, con un liderazgo legitimado por las bases y no por operaciones palaciegas e, incluso, hasta de izquierdas, eso que siempre le viene bien a un PSOE que lleva décadas practicando políticas neoliberales. Para encumbrarlo todavía más, llega una entrevista televisiva que arrasa en audiencia donde nuestro héroe dice que poderes mediáticos y empresariales conspiraron para que no llegase a un acuerdo con las izquierdas, como si él no tuviese nada que ver con la firma de un pacto con Ciudadanos. Y revela que ha visto la luz en la necesidad de entenderse con quienes no lo hizo cuando pudo, Izquierda Unida, Podemos e independentistas catalanes. La nueva estrella se presenta exactamente como el PSOE que la parte de la ciudadanía que se ha sentido defraudada desearía. Eso sí, sucede ahora que no puede cumplir nada de eso porque ya no es nadie. Qué pena.
Hagamos como en las recetas de cocina. Reservamos el anterior razonamiento y vamos a otro. Una vez que el PSOE ha prestado el enésimo servicio al poder económico y financiero neoliberal, permitiendo el gobierno del PP y cerrando el paso al poder a otras opciones “peligrosas” o “no controladas” como Unidos Podemos, ¿cuál sería en este momento la opción política más rentable ante sus militantes y simpatizantes? ¿Cuál sería la mejor forma de sacudirse la imagen de partido tomado por golpistas mediáticos y barones anquilosados que han perdido los principios socialistas? Creo que la respuesta es lógica, recogemos el ingrediente reservado del razonamiento primero. Se hacen unas primarias, desempolvamos al líder caído, que nunca hizo nada de izquierdas mientras pudo pero que se convirtió en Quijote de las bases y de la izquierda socialista cuando no podía, y lo volvemos a sacar al mercado. Ya tenemos a un nuevo y flamante PSOE, dispuesto, una vez más, a presentarse ante los españoles como el baluarte del progresismo, el rompeolas de la derecha, el defensor de los desfavorecidos y las políticas sociales. Esa imagen que han logrado colocar en amplios sectores de la sociedad durante casi cuarenta años mientras, cuando gobernaban, hacían lo contrario. Un lavado de cara perfecto.
No olvidemos que el PSOE siempre se ha caracterizado por colocar una imagen y un programa mientras aplicaba otro. Nos metían en la OTAN, mientras decían “de entrada no”; aprobaban reformas laborales, mientras compartían tribunas y mítines con los sindicalistas; construían centrales nucleares, mientras firmaban acuerdos con colectivos verdes; aprobaban millonarias ayudas a la Iglesia, mientras se llamaban laicos; o liquidaban empresas públicas, mientras reivindicaban el sector público frente al privado. Ahora ha conseguido el gran salto con tirabuzón. Cuando hay que decidir algo importante los “malos” dan un golpe y aplastan al “bueno”, cuando haya que volver a pedir el apoyo ciudadano esconderán a los malos y sacarán al bueno del baúl. Al tiempo. Son la prestidigitación hecha política.