Una de las buenas noticias recientes es el posible avance sin retorno de las conversaciones de paz en Colombia, una guerra que dura más de cincuenta años. Si miramos a América Latina no es difícil concluir que se encuentra en uno de los periodos más pacíficos de su historia. Atrás quedan las dictaduras del cono Sur, las guerras civiles de Centroamérica o los conflictos fronterizos tan desgraciadamente frecuentes en esa región. Tampoco se nos puede escapar que es precisamente ahora cuando la presencia de Estados Unidos, y su control sobre los gobiernos de ese continente, está en su perfil más bajo. Probablemente estas dos circunstancias, menor influencia norteamericana y paz regional, tengan una estrecha relación.
Si miramos al pasado observamos que el papel del vecino del norte fue fundamental en los golpes de Estado de Guatemala, Chile, Haití y tantos otros países donde la dictadura, la represión y la guerra de resistencia marcaron a toda una generación. La ayuda militar norteamericana a Centroamérica supuso una década de terror y muerte en esa región: su apoyo a los escuadrones de la muerte fue fundamental en el desangramiento de El Salvador, la financiación del terrorismo de grupos mercenarios (la contra) para desestabilizar al gobierno sandinista de Nicaragua llegó a ser condenada por la ONU tras el minado estadounidense de los puertos nicaragüenses. Es indiscutible que ha sido la ausencia norteamericana la que ha permitido que la paz se vaya consolidando en la dulce cintura de América, como la llamaba Pablo Neruda.