En diversos espacios de intercambio y reflexión entre nuestros movimientos, al analizar el período que estamos viviendo, hemos coincidido en que asistimos al ocaso del capitalismo industrial –y las construcciones sociales que surgieron con éste–, ante la hegemonía que ha establecido el capital financiero y especulativo, con un trasfondo marcado por la crisis estructural que tiene en primer plano a la dimensión financiera, pero con repercusiones en otros planos, ya que es sistémica.
Con esta transformación, lo que tenemos es una ofensiva del capital, nacional e internacional, que busca apropiarse de todos los bienes de la naturaleza (biodiversidad, tierra, agua, oxígeno, etc.), principalmente vía la minería, las usinas hidroeléctricas y nucleares, que causan graves problemas como la devastación de los biomas, el cambio climático, desalojos, etc.; pero que también afectan directamente a la soberanía de los países y de los pueblos.
Es en esta dinámica que se inscribe la crisis climática que se expresa en sequías, inundaciones, huracanes, incendios, falta de agua y una infinidad de problemas que están alterando las condiciones de vida en nuestro planeta, cuyas víctimas principales son los más pobres, cerca de 3 mil millones de personas en el mundo. Y concomitantemente está la crisis energética, en la que la actual matriz energética basada en los combustibles fósiles prácticamente ha colapsado.
Además, tenemos una crisis alimentaria, debido a que los alimentos, fuente de nuestra vida y reproducción humana, fueron mercantilizados, estandarizados, dominados por solamente 50 empresas transnacionales en el mundo. La consecuencia es que hay novecientos mil millones de hambrientos en el planeta y la seguridad alimentaria de todos los pueblos del mundo está amenazada.
En este orden de cosas, también asistimos a una mayor precarización del trabajo, al tiempo que se recorta los derechos de los trabajadores. Tan es así que en la mayoría de los países el desempleo aumenta a cada año, sobre todo entre los jóvenes, al punto que en algunos países el desempleo juvenil llega al 50%.
En general se trata de una dinámica marcada por una creciente concentración de la propiedad de la tierra, de la riqueza, de la ciudad, de los medios de comunicación y de la política, en una minoría de capitalistas, que no pasa del 1% de la población mundial: 737 corporaciones, 80% del sector financiero y 147 empresas transnacionales. Mientras el 70% de la población mundial tiene solo 2,9% de la riqueza.
No hay que perder de vista que Estados Unidos y sus aliados del G8, Organización Mundial del Comercio mediante, controlan la economía mundial con el poder del dólar, los tratados de libre comercio (TLC’s). Como tampoco, que con la maquinaria de guerra y el control de los medios de comunicación imponen sus intereses a la humanidad.
Y en la medida que el poder corporativo a nivel mundial controla la economía y los gobiernos, ya que estos pueden tener sus reuniones para simplemente no decidir nada, se registra un deterioro de la democracia y de las formalidades de representación, pues dejaron de responder a los intereses ciudadanos. Esto se registra tanto en los organismos internacionales, como en una mayoría de países donde, aunque mantengan elecciones, el pueblo no tiene el derecho de participación efectiva en el poder político. Y, por lo general, las políticas públicas no priorizan las necesidades de los más pobres, o se restringen a políticas compensatorias que no apuntan a resolver los problemas desde la raíz.
Por otra parte, las guerras en curso son estúpidas e inaceptables, pues se traducen en la pérdida de millones de vidas inocentes, tan solo para atender los intereses económicos, energéticos, geopolíticos de los países imperiales, que muchas veces utilizan falsos motivos étnicos, religiosos o de “combate al terrorismo”.
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