Imaginen un gasto que abonamos todos los meses pero cuyos conceptos desarrollados en la factura no son comprendidos por la mayoría de los españoles según el Programa Internacional para la Evaluación de la Competencia de los adultos, una especie de informe PISA para adultos. Se trata de la factura de la electricidad. Si a pesar de ello es religiosamente pagada por los ciudadanos, nos podemos hacer una idea de la impunidad y poder que tienen esas empresas.
No solamente eso, a las eléctricas les dejamos nuestros ríos para que produzcan la electricidad que después nos cobran, les pagamos el déficit que cada año dicen ellas unilateralmente que tienen sin que podamos comprobar si es verdad, las rescatamos con nuestro dinero cuando sus inversiones son ruinosas sin que nadie les hubiera obligado a hacerlas.
La crisis, con su rescate bancario, ha mostrado la capacidad del capitalismo para privatizar las ganancias y socializar las pérdidas. Lo curioso es que ese modus operandi llevan décadas haciéndolo las empresas eléctricas. El Estado, es decir, todos nosotros, dejó de ser propietario en el sector bajo la excusa de lo que denominan liberalización, y lo que ha sucedido es que ha quedado en manos de un oligopolio de cinco empresas, de las que destacan tres, que se reparten el mercado, se inventan los costes y todos pagamos sin rechistar. Pagamos la electricidad que consiguen con nuestros ríos, nuestro Sol, nuestro viento o a costa de nuestra salud, ponemos a su disposición nuestras calles para que las tunelen, nuestras fachadas para que las cableen y nuestros campos para que los siembren de torres de alta tensión y, por si fuera poco, también debemos pagar los sueldos y finiquitos millonarios de sus directivos y los pufos de sus ruinosas inversiones. En eso consiste lo que denominaron liberalización.
Pero para conseguir todo eso no optan por convencer a los gobernantes, eso sería relativamente honorable, sino por comprarlos. Tres de los cuatro ministros de Economía de los últimos veinte años han terminado cobrando decenas de miles de euros de Endesa. Se hacían –y se hacen– llamar consejeros.
A pesar de todo ello, el nivel de aceptación del sistema es tan enorme que podemos encontrar en España un gran número de ciudadanos indignados y rabiosos con las compañías de electricidad cada vez que unilateralmente deciden subirnos la factura y, al mismo tiempo, esos ciudadanos, se escandalizan y califican de dictador al gobierno boliviano, venezolano o nicaragüense cuando deciden nacionalizar el suministro eléctrico para garantizar mejor servicio, más barato y con tarifas sociales para los más necesitados. Quizás va siendo hora de empezar a ver las cosas de otra forma.
En A Fondo hemos querido conocer todas las tropelías de quienes cada mes nos pellizcan la cuenta del banco. Para ello presentamos el libro Cómo nos engañan las eléctricas, del periodista especializado en información ambiental Carlos Corominas, quien ha desarrollado toda su trayectoria profesional en torno a las relaciones entre la ecología y las empresas, especialmente las eléctricas. Para explicarnos la trama, Corominas ha tenido que ejercer de decodificador. Hace tiempo que sectores como la economía o algunos sectores oscuros, han optado por enrevesar el vocabulario, encriptar los conceptos y enredar los razonamientos. Peajes de acceso, tarifa de último recurso, costes de transición a la competencia, precio voluntario para el pequeño consumidor, peaje de respaldo, ingresos regulados, subastas, déficit de tarifa, garantía de potencia, casación de precios… Todo con el objetivo de que no les comprendamos y así poder instalarse en el abuso y el atropello. Este libro nos ayudará a visibilizar su saqueo y su robo.
El libro Cómo nos engañan las eléctricas, de Carlos Corominas, se ha publicado en la colección A Fondo, dirigida por Pascual Serrano, en la editorial Akal. Este es el texto de presentación que se incluye en el libro.
