En la semana que termina, al calor de los grandes debates que se suceden y que van quedando abiertos, a fuerza de no poder agotarlos porque a uno le sigue otro, fue puesta sobre la mesa la palabra “neutralidad”. Digo la palabra porque es un momento propicio para volver sobre aquello del significante y el significado. Se trata de un ejercicio relativamente sencillo cuando el significante es concreto –una rosa, según el ejemplo de Umberto Eco–, y entonces del significado se pueden desprender tanto esa flor llamada rosa como las connotaciones adheridas culturalmente a esa palabra: por ejemplo, romanticismo. La cosa se complica con los sustantivos abstractos, porque no hay nada preciso y específico llamado “neutralidad”, sino a lo sumo definiciones y nuestras propias interpretaciones sobre ellas. Aquí siguen algunas otras acepciones, otros cortes históricos, otros contextos en los que ubicar la “neutralidad” en relación a la práctica periodística.
El historiador Paul Preston, que investigó los roles desempeñados por los corresponsales extranjeros durante la Guerra Civil Española –en su libro Idealistas bajo las balas–, afirma en él que “no puede existir la objetividad ni la ecuanimidad. No se puede tratar al asesino y al asesinado, o al violador y a la violada como si fuesen iguales. Cada periodista, como cada historiador, ve las cosas a través del filtro de su sistema moral, ético e ideológico. Esto no quiere decir que no hay que intentar entender las motivaciones de todos los implicados en una situación”. Por su parte, la periodista y escritora mexicana Elena Poniatowska escribió: “En América latina cuando uno se mete a periodista, lo primero que hace es indignarse. Si no haces periodismo de denuncia, no sé lo que estás haciendo”. Como se ve, leído desde la escena periodística argentina de hoy, esta frase podría ser suscripta por colegas que desde hace ya años se muestran los dientes, porque vivimos un período de denuncias cruzadas e ininterrumpidas. A lo de Poniatowska habría que agregarle que da por descontado el método, y que el método, lo procedimental, ahora es relevante: la denuncia, si está realmente vinculada con un sistema moral, no puede, en ningún sentido, incluir la mentira. Y la mentira reside, entre otras cosas, en la adulteración o la invención de fuentes.
Pero volviendo a Preston, es él quien nos recuerda el grado de compromiso, de negación de la neutralidad que presuntamente les era requerida, de muchos corresponsales norteamericanos y británicos que fueron enviados por sus respectivos medios a cubrir la Guerra Civil Española. Fueron y encontraron a un pueblo y a un gobierno democrático cercados por los falangistas. Vieron innumerables crímenes y reaccionaron generacionalmente, porque es posible leer las actitudes frente a la neutralidad y al compromiso de acuerdo con un corte generacional. Son las épocas en las que crecemos y generamos en nosotros mismos ese “sistema moral” las que salen a la luz en ocasiones extraordinarias, como lo fue esa guerra civil.
Ernest Hemingway, Martha Gellhorn, John Dos Passos, Mijail Koltsov, Louis Fischer o George Orwell son algunos de los grandes nombres de aquella camada de periodistas que, en algunos casos enfrentando la propia línea editorial que les bajaban sus medios, tomaron partido por los republicanos, explícitamente en sus coberturas o directamente abandonándolas y sumándose en el frente de batalla, como el corresponsal del New York Herald Tribune, Jim Lardner, que murió combatiendo en la batalla del Ebro. El norteamericano Fischer describió: “Muchos de los corresponsales que visitaban la zona franquista terminaban simpatizando con los republicanos, pero los innumerables periodistas y visitantes que penetraban en la España Leal se transformaban en colaboradores activos de la causa. Sólo un imbécil desalmado podría no haber comprendido y simpatizado con la República”.
Volviendo sobre “el sistema moral”, Preston hace explícita la total invalidez de la mentira. Ese activismo “no fue en detrimento de la fidelidad y sinceridad de su quehacer informativo. De hecho, algunos de los corresponsales más comprometidos redactaron varios de los reportajes de guerra más precisos e imperecederos”. El corresponsal de The New York Times, Herbert L. Mattheus, escribió: “Quienes defendimos la causa del gobierno republicano contra la de los nacionales de Franco teníamos razón. A fin de cuentas, era la causa de la justicia, la moralidad y la decencia… Todos los que vivimos la Guerra Civil Española nos conmovimos y nos dejamos la piel. Siempre me pareció ver falsedad e hipocresía en quienes afirmaban ser imparciales (…) Al condenar la parcialidad, se rechazan los únicos factores que realmente importan: la sinceridad, la comprensión y el rigor”.
Toda esta información está desarrollada en el prólogo que el periodista español Pascual Serrano escribió para su último libro, que me llegó por correo esta semana –a la espera de que alguna editorial argentina se decida a traerlo–. El libro se llama, precisamente, Contra la neutralidad. En él, Serrano abunda en el rechazo a la neutralidad periodística que inspiró el trabajo de cinco grandes nombres de todo el mundo, y cuyas coberturas o escritos forman parte de lo que hay que saber hoy sobre sus respectivas épocas y temas. John Reed, que fue el cronista de la revolución rusa; Ryszard Kapuscinski, que relató sueños descolonizadores latinoamericanos; Edgar Snow, que fue testigo de la revolución china; Robert Capa, que fotografió los pliegues horrorosos de la guerra; Rodolfo Walsh, nuestro gran nombre.
Podría transcribir entero el libro, si pudiera, pero me limito a las frases que Serrano seleccionó para los acápites de cada capítulo y que hacen un paneo por un paradigma del periodismo que no es el que insiste en proclamarse “independiente”, sino que está en sus antípodas:
Kapuscinski: “El verdadero periodismo es intencional: aquel que se fija un objetivo y que intenta provocar algún tipo de cambio. No hay otro periodismo posible. Hablo, obviamente, del buen periodismo”.
Reed: “Durante la lucha, mis simpatías no eran neutrales. Pero, al trazar la historia de estas grandes jornadas, he procurado estudiar los acontecimientos como un cronista concienzudo, que se esfuerza por reflejar la verdad”.
Walsh: “Te das cuenta de que tenés un arma: la máquina de escribir. Según cómo la manejes, puede ser un abanico o una pistola”.
Snow: “Cuando me llegaban noticias de amigos o estudiantes muertos en la guerra caí en la cuenta de que mis propios escritos habían pasado a ser acción política”.
Capa: “Ante una guerra hay que odiar o amar a alguien. Sin eso no se soporta lo que ahí ocurre”.
Por su parte, Serrano termina su prólogo aventurando un eje para pensar estas cuestiones sobre neutralidad y compromiso: “Quizá la verdadera discusión se encuentre en que debemos recuperar la solidaridad, el humanismo y la lucha por un mundo mejor como principios rectores de muchas profesiones que el mercado ha degradado hasta convertirlas en meras ocupaciones para sobrevivir en algunos casos, o hacernos ricos en otros”.
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