Hace unos días el periodista Quique Peinado (Infolibre, 11-8-2021) abría el melón preguntándose qué era más saludable y oportuno, si seguir enfrascado en el debate de la actualidad y la política o retirarse a vivir en una cierta coherencia y paz:
“me di cuenta de que cada día, sin pretenderlo, me preocupa menos el día a día de la mezquina política española. Siempre he pensado que era un problema para mí y para mi estado de ánimo el estar demasiado pendiente de eso, tenía claro que debía seguir menos las noticias, dejar de enfadarme con la ruindad que hace que sufra la gente que menos se lo merece. Primero, porque yo no soy capaz de arreglarlo. Y segundo, porque en ese estado nunca conseguiré hacer algo para arreglarlo. No hay nada positivo en ello”.
Hace un año Pedro Herrero (The Objetive, 1.8-2020), ex asesor de Ciudadanos y conductor del podcast “Extremo Centro”, trataba el mismo asunto en tono existencial:
“es más agradable rodearte de gente que no espera grandes cosas ni de los políticos ni del Estado. Personas que aspiran a votar, que se forme un Gobierno y que la vida no se les joda demasiado. Personas que piensan en el futuro. No con la vocación revolucionaria de transformarlo, sí con la idea pacífica de surfearlo.
Ningún genocidio ocurre en la historia por desear que las cosas estén en calma. Es normal pensar en conservar cuando tienes tantas cosas buenas que perder”.
A ambos textos me llevó el profesor de periodismo Miguel Álvarez Peralta, comenzando con su confesión de que para él la política había pasado de “preocupación (2008-11) a lugar de encuentro (2011-13), después a ilusión por un cambio (2014-17) y hoy fuente de hastío y dolor (2018-2021)”.
Pues yo quiero decir que no, que la historia de la humanidad ha logrado avanzar gracias a los que no claudicaron con planteamientos como esos, honestos y respetables sin duda, pero que no debemos compartir.
He pensado que para saber si un determinado análisis o propuesta política es acertada o no, debo valorar si le parecerá bien o favorecerá a Alicia Koplovitz, a Florentino Pérez, a Patricia Botín o a Jeff Bezos. Si la respuesta es sí, debo abandonar ese pensamiento. Es evidente que el bajón del estado de ánimo de Quique Peinado, el descubrimiento de lo agradable de Pedro Herrero o la frustración de Miguel Álvarez son lo mejor que le puede ocurrir a los privilegiados, a los corruptos, a los poderosos.
Los grandes saltos adelante se han dado cuando han estado juntos los que no tienen nada que perder (Silvio Rodríguez dixit) y los que, aún teniendo algo que perder, no han traicionado a los primeros intentado salvar sus piscinas (Orson Welles dixit).
Quizá cada día caigamos en una nueva contradicción, una incoherencia, una deslealtad, quizás alguna pequeña traición, pero debemos tener claro que no debe haber piscina, o sofá, que nos impida estar al lado de los que no tienen nada que perder.