El pasado 12 de enero el presidente Pedro Sánchez anunció su nuevo gobierno. Como de todos es sabido en él hay dos miembros del Partido Comunista de España: Alberto Garzón, ministro de Consumo, y Yolanda Díaz, ministra de Trabajo. El veterano periodista Luis Díez recordaba en Cuarto Poder que la última vez que hubo ministros comunistas en España fue en 1936. Se trataba de Jesús Hernández y Vicente Uribe, que entraron el Gobierno tras la sublevación militar del 18 de julio.
Cuento todo esto para comentar lo curioso de las reacciones generadas, especialmente en las redes. Decir que hay dos ministros comunistas puesto que son dos los ministros militantes del Partido Comunista de España debería ser una obviedad, sin embargo vivimos tiempos en los que cada uno vive su propia realidad. Por eso para la derecha montaraz lo que hay en España es, directamente, un gobierno comunista, a pesar de que son solo dos de un total de veintidós.
Luego están los superrevolucionarios de la extrema izquierda, como les llamó Fidel Castro. Esos dicen que no hay comunistas en el gobierno, que esas dos personas no son comunistas. Es como si los carnés de comunistas los dieran ellos y no el Partido Comunista de España. La humildad de este partido le lleva a reconocer que puede haber comunistas fuera de él, por supuesto, pero los superrevolucionarios no conocen la humildad y ni militando en el partido se lo reconocen. Según ellos, la posiciones políticas del PCE lo dejan fuera de comunismo, ni sus militantes, ni su dirección son suficientemente rojos, están vendidos al capitalismo, a Podemos, a Pedro Sánchez, a los bancos…
Uno puede entender que haya posiciones críticas a la política oficial del PCE, parecería más lógico que procedieran de la derecha, pero podría haberlas también desde la izquierda, personas que consideren que las iniciativas y propuestas de PCE no están suficientemente enfrentadas al modelo capitalista. Algunos hasta lo pueden pensar dentro del partido y siendo leales a él. Lo grave es la soberbia de quienes, desde la izquierda, muchas veces desde su Twitter o desde la barra del bar, porque no se les conoce otra trinchera, se permiten la arrogancia de decir que el Partido Comunista no es comunista, que sus militantes no son comunistas y que los ministros de ese partido tampoco son comunistas.
Se trata de uno de los fenómenos de nuestra sociedad, la alteración de la realidad para ajustarla a tus planteamientos. Los modernos le llaman posverdad, una distorsión que lleva a sustituir hechos objetivos por tus tendencias emocionales y tus creencias: Franquistas que no ven dictadura con Franco, independentistas que ven repúblicas catalanas en marcha, ultraderechistas que ven a todo el gobierno comunista y a ETA en cada esquina, y superizquierdistas que no ven comunistas ni en el Partido Comunista.