“En la pendiente”, “El embrollo fiscal” y “Clientelismo digital”, son los titulares de tres de los editoriales consecutivos con los que el diario El País vapuleaba a Zapatero hace dos semanas. Hasta en The New York Times se dieron cuenta de cómo el grupo Prisa se ha transmutado en azote de la política de gobierno, desde su respuesta a la crisis económica a la prostitución en Barcelona.
Y también allá han comprendido que detrás se encuentra el decreto ley de la TDT de pago, un asunto convertido en cuestión de Estado por este grupo de comunicación. La deducción es clara, cuando se trata del bolsillo se pone toda la carne en el asador y defendemos la cartera como gato panza arriba, que para eso tenemos un periódico, una radio y un canal de televisión. De modo que el asunto más importante y más recurrente en la agenda informativa de este grupo es lo que afecta a sus cuentas, quien lo toque se convierte en un gobierno que hunde a España y los enemigos de mi nuevo enemigo ahora son mis camaradas. Basta observar el calco de argumentos entre el Partido Popular en el debate parlamentario sobre el dichoso decreto-ley el pasado jueves y los análisis y editoriales de El País.
Todo esto sucede así cuando encargamos al mercado cuestiones democráticas fundamentales, como la información. El mercado no sabe de eso, sólo le interesa ganar dinero, será amigo quien le ayude y enemigo quien no. Ahora todos a soportar las reyertas de quien, en su desesperación, se hunde económicamente después de tocar el cielo gracias a sus relaciones políticas y su poder mediático, sin haber comprendido que quienes gobiernan son los que hemos votado, no quienes hacen los periódicos ni quienes poseen espacio en las ondas.
Lo más impresionante es que quien ha vivido a la sombra del poder del PSOE, apuntalándolo en sus peores momentos a cambio de disfrutar del monopolio de la televisión de pago y acumulando concentraciones de dudosa legalidad como la fagocitación de Antena 3 Radio, ahora vaya con el espantajo del amiguismo a la hora de denunciar la legislación audiovisual. Y es que la empresa arruinada es como el animal que se desangra: embiste desesperadamente y sin fundamento.
Quizás viendo los criterios bajo los que se modulan las líneas editoriales, algunos ciudadanos se planteen si Álvaro Uribe es bueno en Colombia y Hugo Chávez malo en Venezuela en función de cómo les van las finanzas a Prisa con esos gobiernos. Y, lo que es peor, si la información que nos dan de esos países no está condicionada por las acciones de esos presidentes para con las cuentas de resultados de cada grupo mediático.
Pascual Serrano acaba de publicar “Desinformación. Cómo los medios ocultan el mundo” . Mayo 2009. Editorial Península .