Si la llegada de internet ha supuesto la eliminación de todas la barreras para publicar, la irrupción de las redes sociales ha supuesto el fin del oligopolio de los medios. Incluso el concepto de medio de comunicación ha desaparecido, las informaciones ya no forman parte de un bloque ofrecido por un medio, sino que se accede a ellas de un modo individualizado sin pasar por portada alguna. Ya muchos directivos de medios reconocen que su página de inicio en el navegador no es la portada de ningún medio sino Twitter. Estas dos cuestiones, acceso libre a la publicación y difusión viral de los contenidos a través de las redes en lugar de mediante la portada del medio nos han llevado a pensar que la comunicación es más democrática y más igualitaria. Sin embargo, este nuevo panorama contiene trampas que vuelven, una vez más, de dividir a la ciudadanía entre informados y desinformados.
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Monjes budistas manifestantes, todos de color azafrán, y coincidiendo con una asamblea de la ONU, y más concretamente con el discurso del presidente estadounidense George Bush exigiendo democracia para Myanmar. No se puede negar que es una buena puesta en escena.
En España la información sobre Venezuela está sometida a una clara intencionalidad política que excede cualquier norma habitual.
Sin apenas percibirlo, hemos avanzado hacia un sistema informativo en el que empresas tecnológicas y de redes sociales han terminado controlando la difusión de la información, vetando medios, etiquetando periodistas y borrando contenidos. Lo que nunca hubiéramos permitido a un Gobierno lo están haciendo ellas, hemos privatizado la censura.
Hace años, al rebufo del 15M, despertaban pasiones los nuevos formatos de organización política (lo de organización es un decir) que renegaban de los partidos políticos tradicionales, considerados anticuados, anquilosados y poco democráticos. Plataformas ciudadanas, mareas, agrupaciones de electores, movimientos, redes… Hasta el término coalición electoral ya era repudiado también por viejo.