El pasado abril los bulos se centraban en alarmarnos desde la extrema derecha para atacar al Gobierno, también los hubo que se centraron en reivindicar tratamientos milagrosos que triunfaban en los grupos de WhatsApp. Durante esos días, la única medida significativa que se puso en vigor para actuar contra esa desinformación fue que WhatsApp limitó a un solo chat el reenvío de mensajes para tratar de evitar que se viralizaran los bulos.
Como el ecosistema de impunidad y potencial técnico de los bulos sigue igual, el pasado 16 de agosto hemos comprobado en Madrid una de las más graves consecuencias de la desinformación y los bulos sanitarios. Entre 2.500 y 3.000 manifestantes se concentraban culpando a las autoridades de crear «una falsa pandemia». Según ellos, no existe evidencia científica para declarar la pandemia y para afirmar que este virus es patógeno. Además “están diagnosticando como enfermos a personas que no lo son, porque se basan en unos PCR que son inespecíficos y no son un test de diagnóstico”. De ahí que en la manifestación violasen todas las normas sanitarias de mascarilla o distanciamiento social como forma de expresar su rebeldía.