Hace unas semanas se anunció la detención de un brigadista forestal acusado de provocar varios incendios en la Comunidad Valenciana. Es decir, el profesional que se dedicaba a apagar los fuegos consideró que el mejor modo de no quedarse sin trabajo era provocarlos. La verdad es que se trata de un conclusión bastante lógica, como lo es en otros ámbitos de la economía. Por ejemplo las empresas farmacéuticas nunca desearían erradicar una enfermedad si eso supusiese que su producto dejase de ser necesario. Y las de armas tampoco querrían terminar con una guerra y, por tanto, acabar con la compra de sus armas. Se trata de una consecuencia inherente al capitalismo.
En este sistema se le paga a alguien para que atienda un problema que, si lo resolviese, le impediría continuar con su negocio. De esta forma creamos un poder fáctico que tiene como principal objetivo y causa fundamental de su existencia combatir la aparición de una solución. Lo peor que le pasaría a la empresa de limpieza de las vías públicas es que dejásemos de tirar los papeles a la calle, y a una empresa de reciclado que nos interesásemos por la compra de productos que no contuviesen envases y accesorios inútiles y desechables.
Hay muchas razones para renegar del capitalismo: su ausencia de distribución de la riqueza, su voracidad para terminar con los recursos naturales, la explotación de la mano de obra por parte de los dueños del capital. Pero el ejemplo del bombero forestal que provoca incendios es un símbolo elocuente de que el capitalismo es el mejor sistema para combatir las soluciones a los problemas del ser humano.