Imaginen que en un medio público venezolano, o cubano, apareciese un columnista afirmando que, como en España o en Colombia, las protestas y movilizaciones no logran derrocar al presidente que a él no le gusta, pidiese un coronel con buena puntería -evidentemente para pegarle un tiro al jefe del Estado- que diese un rápido golpe de Estado y después convocase elecciones. Se supone unas elecciones en las que ganasen los que desea el columnista, de otra manera lógicamente buscaría otro militar con buena puntería para que repitiese la operación.
Pues bien, eso es lo que ha publicado Mirta Ojito, en El Nuevo Herald el cuatro de abril, bajo el título “Mi valiente y sensible coronel”. Vale la pena reproducir el artículo casi en su totalidad. Este es el principio:
Cuando pienso en mi país –cosa que ya no hago todos los días– rezo por que en algún lugar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba (FAR) haya un coronel desilusionado y valiente, con inclinación democrática, un profundo conocimiento de la historia y muchos amigos.
Debe ser soltero y sin hijos (para que no tenga nada que perder ni nadie a quien lastimar), venir de Villa Clara (porque creo que los guajiros cubanos son gente muy noble), y también sería muy conveniente que fuera un buen tirador (pero no alardoso, porque entonces lo degradarían y lo apartarían antes de que pudiera actuar).
Oh, y también debe ser el tipo de hombre que se emociona al leer Madame Bovary y que le gusta pescar. Después del rápido e incruento golpe de Estado, después de organizar elecciones democráticas, después que el pueblo cubano elija un nuevo gobierno, mi valiente y sensible coronel se retiraría a un pueblo de pescadores, a Caibarién, por ejemplo, y pasaría el resto de su vida pescando, lejos del gobierno, de las armas y del poder.
¿Es mucho pedir?
Porque las manifestaciones y las marchas no derrocan a un régimen que detenta el poder desde hace 51 años. Tampoco las columnas ni los artículos de los periódicos. En Cuba, a estas alturas del partido, haría falta una rebelión de los militares.
La autora reconoce que sus ideas políticos con respecto a Cuba no tienen el apoyo ciudadano:
Más de medio siglo después –¡medio siglo, por Dios!– todavía estamos marchando en Nueva York y en Los Angeles y en Miami con banderas, flores y buenas intenciones, con la esperanza de convencer a un público mayormente apático de que a 90 millas del extremo más meridional de los Estados Unidos hay un país donde no se respetan los derechos humanos fundamentales.
Su postura es clara: protestan, pero como no consiguen lo que quieren, lo que hay que hacer es buscar un coronel que le pegue un tiro al gobernante y resuelto. La verdad es que no es nada original, lo han hecho muchas veces en América Latina: en Guatemala, en Chile… Algunas veces no hizo falta matar al presidente, como en Haití con Aristide. Además el sistema acaba de funcionar bien en Honduras.
¿Qué hubiese sucedido si eso se hubiese propuesto en el Granma de Cuba para Obama? O en la televisión venezolana. Pero como sucedió en Miami, una ciudad del país de la libertad, una ciudad de desgraciados cubanos que viven la tragedia del exilio, no sucede nada. Las únicas quejas son cuando el gobierno venezolano o el cubano compran armas, es decir, cuando no se dejan que el coronel de El Nuevo Herald les pegue un tiro.