Cuando una sociedad tiene a sus jóvenes capaces de escribir libros trabajando de hombres anuncio disfrazados de chocolatina, cobrando menos que el mendigo que se pone a su lado en la calle, podemos hacernos una idea de cómo vamos. Esa es la conclusión que podemos sacar del libro Yo, precario, donde Javier López Menacho, Máster de Creación Literaria en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, relata en clave de humor -negro- su experiencia en trabajos precarios del tipo de muñeco humano disfrazado de chocolatina, agente comercial de una compañía de teléfonos o showman atrayendo a viandantes a un cine a ver en su pantalla los partidos de fútbol del mundial aderezados con agradecimientos a la empresa patrocinadora.
Leerlo es alternar la sonrisa con la lágrima, el humor de la ironía con la rabia de comprobar cuánta humillación se ha de soportar. Sus páginas muestran cómo ven estos jóvenes pisoteada su dignidad, malpagados, o ni siquiera pagados, por las empresas que ya consideraban miserables antes de trabajar para ellas. Ser capaces de percibir la mierda de trabajo que les ofrecen y la penosa vida que llevan es positivo. Sin embargo, mi duda es si estos jóvenes lograrán estar suficientemente encabronados para rebelarse o si su talento sólo es capaz de quedarse en la ironía y el sarcasmo. Algo que de poco servirá si siguen seduciendo niños para que se atiborren de chocolatinas, embaucar a jubilados y amas de casa en la calle para que firmen contratos con empresas de telefonía y adocenando a grupos de adolescentes para que se sigan narcotizando frente a un partido de fútbol. Porque para recuperar la dignidad hace falta algo más que escribir este libro contando cómo se desprecian -mientras se realizan sumisamente- estas actividades. Hace falta, por ejemplo, atreverse a decir el nombre de las empresas, que es algo que no se hace en ningún momento de la obra.
Javier López Menacho. Yo, precario. Los libros del lince. Barcelona, 2013