Confirmada la muerte por causas naturales del máximo líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), Manuel Marulanda, que se une a las de otros dos miembros de su dirección, Raúl Reyes e Iván Ríos, es momento de que las partes inicien una nueva senda que deje atrás la violencia y la sangre en Colombia. Si bien es verdad que la guerrilla, como le dijera a la guerrilla el pasado doce de abril Hugo Chávez, debe ver lo que está sucediendo en América Latina donde la izquierda está avanzando a fuerza de votos y no de armas, el gobierno colombiano debe comprender que la muerte física de una dirección político-militar no terminará con un movimiento armado si persisten las causas de pobreza y persecución contra la izquierda pacífica.
Sin embargo, mientras que el comunicado de las FARC ha señalado que "nuestras propuestas alrededor de los acuerdos humanitarios y la salida política continúan vigentes", la reacción del ministro de Defensa, José Manuel Santos, ha sido que “los bombardeos van a continuar contra todos los miembros del secretariado de las FARC y contra la guerrilla en general. Nuestra política de Seguridad Democrática se sigue fortaleciendo y seguirá con igual o más intensidad".
Al mismo tiempo, el presidente Uribe, a través de la fiscalía, ha iniciado una razia contra líderes políticos y sociales de la izquierda, periodistas independientes y mediadores de un posible acuerdo humanitario con la guerrilla, entre ellos la senadora Piedad Córdoba cuya intervención permitió liberar a algunos retenidos en poder de las FARC.
La solución al político colombiano no podrá ser militar por muchos éxitos que en ese campo quiera presentar el gobierno Uribe. El recambio generacional que están afrontando las FARC es un momento histórico para comprender que, independiente de la consideración ética que se tenga de las acciones de la guerrilla, persisten las razones por las que hace más de cuarenta años un grupo de campesinos comunistas y liberales se echaran a la selva a combatir con las armas. La triste realidad es que si Manuel Marulanda no se hubiera hecho guerrillero, como líder campesino desarmado no hubiera llegado vivo a los 78 años. La pobreza, la injusticia y la criminalización de la izquierda colombiana será el mejor caldo de cultivo para que las filas de la guerrilla sigan nutridas. Las FARC no han dejado de hacer llamamientos al diálogo y a la sustitución de los cultivos de coca, pero son muchos los intereses geoestratégicos que existen para mantener el país como avanzada militar contra una región demasiado escorada a la izquierda para el gusto de Washington.
Por eso, mientras el único discurso político del gobierno colombiano sea el de la calificación de narcoterrorismo, las únicas políticas sean las del bombardeo de la selva y los sindicalistas y líderes campesinos deban hacerse guerrilleros para llegar a viejos, no habrá paz en Colombia.
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