Desde hace tiempo no cesan de insistirnos triunfalmente sobre el gran avance democrático y de participación ciudadana que supone Internet. La reflexión no se limita a la red como mecanismo de libertad de expresión o acceso a información, se insinúa como nuevo formato de democracia participativa. El pasado 20 de septiembre el suplemento EP3 de El País decía: “Las ONG dan el salto a Internet, desde 2004 cien campañas llevadas a cabo desde la red, actúan para parar lapidaciones, protestar contra el cambio climático o cerrar Guantánamo. Con un par de clicks puedes cambiar el mundo, apoyar campañas que funcionan, que muestran el malestar social. El individuo cobra poder, y como dijo Dylan, ‘Los tiempos están cambiando’. Ciberactúa”.
El objetivo es hacernos creer que sentados delante de nuestro ordenador escuchando música y tomando un café estamos luchando por un mundo mejor a golpe de click, como el propio periódico afirma. Si hasta ahora dudábamos de la eficacia de asistir a manifestaciones para cambiar el mundo, más absurdo resulta hacernos creer que los clicks en el ratón de nuestro ordenador son una forma de compromiso y lucha social.
En la red existen páginas web como la denominada firmas online, destinada a acoger todo tipo de campañas de recogida de firmas. En el momento en que yo entré pude apreciar la campaña de Defensa de la vaca Sayaguesa, la Convocatoria para el cierre de la Escuela de las Américas, la Recontruccion circuito coches teledirigidos Gandía (España), o la reivindicación del Tour Celestial 2007 en Nueva York. Hace unos meses yo mismo entré en ella para firmar en contra de la instalación de una escuela de pilotos de la OTAN en mi provincia. Después de haber “firmado” y haber soportado los correspondientes banner de publicidad, me pregunté ¿y ahora qué? La página me informaba de los miles de personas que habíamos firmado, ¿y qué más da que fuésemos mil o cien mil? Qué coño le va a importar eso a la OTAN, y ¿por qué va a cambiar su decisión si en lugar de cien mil firman un millón? Sin duda, el tipo que inventó la página fue original, crea una página para que la gente organice campañas virtuales de recogida de firmas y los ciudadanos firmen, todo ello con sus correspondientes publicidades –cuando yo la consulté se anunciaba una inmobiliaria- y nos creemos que estamos cambiando el mundo.
Las supuestas bondades de la participación democrática llevan a que los medios de comunicación propongan a sus lectores internautas todo tipo de votaciones. El escritor Santiago Alba explicaba en la presentación de su libro el pasado fin de semana en Madrid su lógica indignación por el hecho de que un periódico preguntara a los lectores si creían que los padres de la niña británica Madelaine la habían matado. Y ahí tenemos, Alba lo recordaba, a ciudadanos a los que su sistema democrático no les consulta nada entre elecciones y elecciones, pero sí les preguntan si unos padres han matado a su hija, como si ellos tuviera remota idea o fuera legítimo responder a esa barbaridad.
Toda esa ciudadanía ha dejado de participar en asambleas vecinales, asociaciones políticas y sindicales o movilizaciones en la calle, para sentarse frente al ordenador y firmar manifiestos virtuales u opinar sobre la muerte de Madelaine. Y para convencerles de tamaña estupidez hace falta todo un eficaz aparato de abducción, como el comentario del diario El País. Es urgente decirles a los ciudadanos que ni la criminal Escuela de las Américas, con la que Estados Unidos entrenó y sigue entrenando a militares de todo el mundo, se cerrará porque pulsemos una tecla de nuestro ordenador, ni cambiarán nuestros legisladores un proyecto de ley, ni se suspenderá la construcción de una escuela de pilotos militares. Existe algo peor que desmovilizar a los ciudadanos y es hacerles creer que se están movilizando cuando sólo están tomándose un café frente al ordenador.