Gracias a Dios por Noam Chomsky. No por toda una vida de asaltos devastadores a nuestra hipocresía política, sino por su lingüística. Mucho antes de llegar a conocerlo, en mis tiempos de estudiante, cuando me afanaba en mi curso universitario de lingüística, el trabajo de Chomsky me alertó sobre el uso pernicioso del lenguaje. Por eso condeno de inmediato la vil semántica del Pentágono y la CIA. No sólo esa vieja frase lobuna daño colateral
, sino el lenguaje entero de la tortura. O, como la llaman los chicos que torturan en nuestro nombre, técnicas perfeccionadas de interrogación
.
Miremos eso más de cerca.
Perfeccionada
es una palabra que implica superación. Sugiere algo mejor, más informado, incluso menos costoso. Por ejemplo, medicina perfeccionada
implicaría presumiblemente una forma más simplificada de mejorar nuestra salud. Del mismo modo que escuelas perfeccionadas
sugeriría una educación más valiosa para un niño.
Interrogación
al menos da idea de lo que se trata todo esto. Hacer preguntas y obtener –o no obtener– una respuesta. Pero técnica
las supera a todas. Una técnica es una habilidad, ¿no? Por lo regular, según me dice el diccionario, en el trabajo artístico.
Así pues, los interrogadores
tienen habilidades especiales, lo cual implica entrenamiento, trabajo ilustrado, aplicación, producto del intelecto. Lo cual, supongo, es en cierto sentido de lo que se trata la tortura. No es sólo la forma en que yo normalmente describiría el proceso de azotar personas contra las paredes, medio ahogarlas en agua y embutirles humus por el recto.
Pero en caso de que eso sea demasiado gráfico, los chicos y chicas de la prensa estadunidense lo han dotado de una forma familiar. Todo el proceso de técnicas perfeccionadas de interrogación
se llama ahora EIT (por las siglas en inglés de enhanced interrogation techniques). Como WMD (siglas en inglés de armas de destrucción masiva
) –otro embuste en nuestro vocabulario político–, todo este negocio sucio es envuelto en un acrónimo de tres letras.