Foto: El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, el pasado miércoles en el Congreso. / Efe
El pasado 17 de febrero el vicepresidente Pablo Iglesias intervino en el Congreso durante poco más de doce minutos para hablar del poder mediático y su papel determinante en la democracia.
En realidad Iglesias no descubrió nada nuevo, no aportó ninguna información que no supiéramos, no ofreció ningún dato novedoso, no argumentó algo que no se haya dicho y escrito muchas veces. Sin embargo, sí hay algo excepcional en lo que sucedió, sí que resultó emocionante, sí que nos encontramos ante una intervención fuera de lo común, muy alejada de lo habitual. Y porque tuvo el valor de, desde el cargo más alto de un país hasta ahora, en el lugar más legítimo y valioso de la democracia (el Parlamento), decir lo que nadie había dicho.
Ya comenzó advirtiéndolo en su discurso: “No es habitual que se debata en el Congreso cual es el papel de los medios de comunicación en las sociedades democráticas, es un tema tabú, síntoma de una carencia de nuestra democracia”, vino a señalar. Claro que no es habitual, los políticos se dedican a criticar a los otros políticos, a defender posiciones y propuestas a favor de los sectores sociales con los que se identifican, pero nunca a denunciar a los actores que tienen el poder para decidir qué mensaje y qué imagen de ti va a llegar a los ciudadanos.
En geopolítica se entiende por un espacio vacío una región geográfica que no posee gran valor ni riquezas por sí misma, pero que estrategicamente es importante que no sea ocupada por una fuerza hostil.
América Latina se enfrenta a una ofensiva colonizadora sin precedentes que está pasando desapercibida en Europa, la dolarización de la economía de todo el continente, es decir, la sustitución de la moneda nacional por el dólar estadounidense.
Una reciente investigación muestra lo que ya percibíamos como evidente, que nuestra sociedad está abandonando los hechos y la razón para abrazar las emociones y los sentimientos. Sucede desde 1980 y se acelera en 2007 con las redes sociales. La consecuencia es la llamada posverdad, que afecta a políticos pero que ya impregna a toda la sociedad.
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