El pasado 17 de febrero el vicepresidente Pablo Iglesias intervino en el Congreso durante poco más de doce minutos para hablar del poder mediático y su papel determinante en la democracia.
En realidad Iglesias no descubrió nada nuevo, no aportó ninguna información que no supiéramos, no ofreció ningún dato novedoso, no argumentó algo que no se haya dicho y escrito muchas veces. Sin embargo, sí hay algo excepcional en lo que sucedió, sí que resultó emocionante, sí que nos encontramos ante una intervención fuera de lo común, muy alejada de lo habitual. Y porque tuvo el valor de, desde el cargo más alto de un país hasta ahora, en el lugar más legítimo y valioso de la democracia (el Parlamento), decir lo que nadie había dicho.
Ya comenzó advirtiéndolo en su discurso: “No es habitual que se debata en el Congreso cual es el papel de los medios de comunicación en las sociedades democráticas, es un tema tabú, síntoma de una carencia de nuestra democracia”, vino a señalar. Claro que no es habitual, los políticos se dedican a criticar a los otros políticos, a defender posiciones y propuestas a favor de los sectores sociales con los que se identifican, pero nunca a denunciar a los actores que tienen el poder para decidir qué mensaje y qué imagen de ti va a llegar a los ciudadanos.
Cuando la lucha de un pueblo se alarga durante 40 años, y la organización político-armada que la lideraba lleva veinte años de tregua después de que le fuera prometida una salida pacífica del conflicto que resultó ser mentira, los ciudadanos adoptan formas de lucha de todo tipo. Es lo que ha sucedido con el pueblo saharaui. Su reivindicación de independencia se remonta a finales de los años 60 y la tregua entre el Frente Polisario y el ejército de Marruecos, a 1991.
He descubierto un divertido entretenimiento que es observar las críticas que le hacen al canal internacional de televisión Telesur, que, como muchos […]
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