El Defensor de la comunidad de lectores de Eldiario.es se ha hecho eco en una reciente columna de las quejas de lectores que demandan una mayor presencia y visibilidad de los enlaces o hipervínculos en los textos del diario. Coinciden en que “en los reportajes propios de los periodistas de eldiario.es los enlaces se deberían utilizar mucho más. Su presencia es un servicio que se le hace al lector; al seleccionar puntos de ampliación de la información, o al proporcionar el vinculo directo con el origen de la afirmación que se está realizando este elemento hipertextual no sólo hace más fiable y completa la información: también proporciona al lector un mayor grado de control sobre su lectura, ya que es él quien decide hasta dónde llega”. Concluye que “sería por tanto muy recomendable hacer más visibles los enlaces y animar a los periodistas de eldiario.es a usarlos más y mejor para enriquecer sus informaciones. La calidad del medio, y la de la propia Internet, mejorarían con ello. Así como el servicio a los lectores”.
Probablemente yo vaya contracorriente de la modernidad y, más probablemente, no tenga ninguna posibilidad de conseguir que mi razonamiento salga victorioso en las nuevas tendencias, pero no por ello renunciaré a ofrecer mi visión del tema y aportar una posición crítica ante la fascinación de los hipervínculos.
Coincidimos todos en que estos enlaces son la variante internautica de las citas y notas al pie que han venido siendo elementos comunes de los documentos. Pero su efecto sobre nosotros mientras leemos no es el mismo. Mientras que las notas a pie de página aportan rigor y veracidad, así como ofertan una ampliación del tema a través de obras o textos relacionados o complementarios, los hipervínculos, como señala Nicholas Carr (Superficiales ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?, Taurus, Madrid, 2012), “nos incitan a abandonar cualquier texto en el que pudiéramos estar inmersos en lugar de dedicarle una atención sostenida. Su valor como herramientas de navegación es inseparable de la distracción que provocan”. De modo que “nuestro apego a cualquier texto se vuelve más tenue, más provisional”. Nunca nos sumergimos del todo porque cualquier tentación de pinchar en un hipervínculo nos expulsa a la superficie o incluso nos lanza a otro texto, perdiendo inevitablemente el hilo discursivo del documento que estábamos leyendo. Evaluar las posibilidades de pinchar en los enlaces y navegar por una ruta que nos van creando, bien porque los pinchemos o porque los sorteemos, implica el esfuerzo mental de estar constantemente tomando decisiones de aceptación o no del hipertexto que son ajenas al hilo argumental del texto que estamos leyendo, lo cual afecta a nuestra capacidad de comprender y retener. O dicho de otro modo, terminamos dedicando más atención y potencial cerebral a evaluar los vínculos para decidir si pulsarlos o no en detrimento del interés y comprensión de lo leído.
Los estudios han demostrado que los lectores de hipertextos a menudo acababan vagando distraídamente “de una página a otra, en lugar de leerlas detenidamente”. Las investigaciones no dejan de mostrar que la gente que lee texto lineal entiende más, recuerda más y aprende más que aquellos que leen texto salpimentado de vínculos dinámicos. Los buscadores como Google fomentan y necesitan el surfeo por los enlaces, lo que finalmente termina en paseos por textos relacionados con otros que están relacionados con otros que están relacionados sin que nunca excavemos hasta llegar al conocimiento profundo. El modelo económico de la información online se fundamenta en el clic, no en la calidad de la información. Las informaciones son rentables en función de los clics que el lector hace a los banners publicitarios, las estadísticas de lectura de un medio se basan en el número de páginas leídas -los clics que hace el lector a diferentes textos del propio medio-. El modelo comercial de rentabilidad en internet se fundamenta en tener al lector paseando por muchas páginas, cada uno de ellas con sus correspondiente banners de anunciantes. El negocio en internet no quiere tener a un lector concentrado en un texto durante diez minutos, su ideal es que en esos diez minutos se pasee por cinco páginas diferentes, todas ellas con sus correspondiente anuncios, de ahí la necesidad de una oferta numerosa de hipervínculos en los artículos.
Es verdad que el hipervínculo que los lectores y su defensor están reclamando es de carácter informativo y no comercial, pero su abuso impedirá pronto diferenciarlo. Las críticas literarias o de películas reciben ingresos en la medida en que los lectores terminan pinchando en el vínculo a Amazon o a la Casa de libro donde se vende el producto reseñado. Algunos medios venden palabras a las empresas de publicidad para que cuando el periodista las incluya en su información se conviertan en hipervínculo dirigido al anuncio. El resultado puede ser bochornoso cuando, por ejemplo, en una información de sucesos sobre una violación la palabra “sexo” aparece vinculada a la página web de un sex-shop. Como señala Ignacio Ramonet, es verdad que los periodistas todavía no conocen las palabras que los anunciantes compran, pero quién sabe si pronto lo sabrán y condicionaran su vocabulario a esos términos para que aparezcan más hipervínculos y, por tanto, más posibilidades de negocio para el medio online. Del igual modo, el autor, periodista o editor, nunca preparará textos profundos porque sabe que los lectores antes de alcanzar el fondo de un texto acaban tomando “desvíos relacionados” sin cesar.
Esto supone toda una revolución cuando se trata de la lectura de libros en dispositivos electrónicos con conexión wifi. Son muchas las personas que relatan su experiencia y señalan que no pueden evitar ir a Wikipedia a ver el biografía del autor, enlazar con algún otro texto breve disponible en la red de ese autor, del mismo modo que no pueden evitar interrumpir la lectura para ver el correo o atender el chat. Incluso, afirman, percibieron cómo una semana después recordaban mucho menos la lectura que cuando leían en papel.
Sé que es difícil en muchas ocasiones ir contra la corriente mayoritaria, por ello me he resignado a comenzar este artículo con el hipervínculo al texto al que hago referencia, pero no por ello debemos evitar caer en la fascinación incondicional y no advertir de los “efectos secundarios” y los peligros de las “sobredosis”. Mientras tanto, yo sigo defendiendo las notas a pie de página (éstas sí, con su correspondiente hipervínculo).
Pascual Serrano es periodista. Su último libro es La comunicación jibarizada (Península).