Los analistas no paran de insistir en el vuelco del panorama político francés, con el desplome de los partidos tradicionales. Es una verdad a medias porque el nuevo presidente, Emmanuel Macron, es un representante neto del poder económico y empresarial francés y de las políticas neoliberales europeas. Todos sus supuestos méritos revolucionarios son meras patinas estudiadas y explotadas para promover su imagen novedosa y moderna: joven, culto (titulado en Filosofía con una tesis sobre Hegel), sensible al arte (sus seis años de piano), romántico y fiel al amor (casado desde hace diez años con la profesora que conoció con 17, y 24 años más mayor).
Si se estudia la trayectoria de Macron se confirma que simplemente es un cachorro de las finanzas y las élites políticas tradicionales. Estudió en los jesuitas y con 16 años se trasladó a París y se formó en Sciences-Po (Instituto de Estudios Políticos de París), una fundación privada considerada grand établissement, un reconocimiento atribuido a algunos centros de enseñanza superior de prestigio. Posteriormente se forma en la Escuela Nacional de Administración (ENA), el granero de las élites políticas francesas. Una gran mayoría de los antiguos alumnos de la ENA controlan la vida política y económica en Francia, por lo que es criticada por su papel en la selección y reproducción de las élites y de la burocracia francesa.