Soy un funcionario que gana 250.000 pesetas al mes, trabajo menos de 35 horas semanales y tengo garantizado el empleo. Sin embargo los resultados electorales de Izquierda Unida en las pasadas elecciones me han entristecido y preocupado. Propuestas de esta organización, como la implantación por ley de las 35 horas para todos los trabajadores, la lucha por una estabilidad en el empleo, el cierre de las empresas de trabajo temporal, el aumento de la pensión mínima al salario mínimo o la creación de un salario social contra la exclusión de los parados de larga duración, van a ser propuestas más difíciles de conseguir. Mi amiga Luisa, simpatizante del PSOE, está contenta con los resultados y, sólo por la amistad que le une a mi, expresa una cierta solidaridad que me transmite en forma de aparente preocupación. En el fondo, y por el aprecio que me tiene, lo que siente es más que otra cosa lástima por “mi fracaso” electoral. Ella, mi amiga Luisa, trabaja 45 horas a la semana en una empresa textil. Tiene un contrato temporal, cobra ochenta mil pesetas al mes y el primer día de trabajo le obligaron a firmar su cese voluntario renunciando a cualquier indemnización. Como los periodos de contratación son irregulares, con frecuencia debe estar parada y no siempre recibe subsidio de desempleo ni salario social alguno. De seguir así puede que no alcance el mínimo de años cotizados para recibir una pensión, por lo que tendrá que subsistir con una pensión no contributiva que viene a ser la mitad del salario mínimo.
Pero, como ya dije anteriormente, ella está contenta con el éxito de su partido en las pasadas elecciones. El mismo partido que, mientras gobernó, aprobó la legislación laboral que se le está aplicando a ella. A veces pienso en la paradoja de que yo sea quien esté triste y preocupado por el fracaso electoral de “los míos” y ella, en cambio, esté eufórica por el éxito electoral de “los suyos”. Y para más colmo, a mi amiga Luisa le doy pena por “mi” fracaso electoral. Creo que, en el fondo, quien da pena es ella. Yo hice todo lo que pude porque tuviera una jornada de 35 horas, un trabajo estable y un sueldo digno garantizado. Pero, es evidente que ella, como tantos otros, no quisieron. Quizás la justicia sea que mi amiga Luisa esté otros cuantos años trabajando en estas mismas condiciones. Por supuesto, a mi siempre me tendrá a su disposición.