Recientemente El Corte Inglés ha afirmado que genera en España 340.000 empleos. Por detrás, Inditex señalaba el pasado septiembre que había creado 9.932 nuevos puestos de trabajo en los últimos 12 meses, 2.421 de ellos en España. Por su parte, Mercadona afirma dar empleo directo a 75.000 personas.
Es un discurso muy recurrente: las empresas crean empleo y riqueza. Son habituales titulares de prensa del tipo Mercadona creará 1.000 empleos con la apertura prevista de 25 tiendas en Euskadi.
Este tipo de afirmaciones se basan en considerar que los ciudadanos de los barrios donde se abren estos supermercados comprarán en ellos suficientes productos como para que se necesite todo ese personal para fabricarlos, distribuirlos y atenderles. Pero, como de todos es sabido, la mayoría de esos productos, sobre todo los de Mercadona, son de primera necesidad: alimentación, limpieza y aseo. Es decir, ya se estaban comprando sin que haya llegado la cadena valenciana. Y no van a comprar el doble cuando llegue. Lo mismo podemos decir de una tienda de Zara o unos almacenes de El Corte Inglés, los vecinos del barrio donde se abre una tienda de Inditex ya compraban ropa antes de que llegara Amancio Ortega. Esos puestos de trabajo que dicen crear ya existían y se encontraban en comercios que vendían lo que a partir de ahora venderán esas empresas que se golpean el pecho por los puestos de trabajo que nos dicen que generan. Si contratan a todo ese personal es porque deberán atender a un público que dejará de acudir a hacer la compra a donde iba hasta entonces y se quedarán sin trabajo los que hasta ese día les vendían. De modo que lo único que sucederá es que un número similar de empleos se destruirán en otros comercios. Según el estudio Pasen por caja, de la ONG Setem, la apertura de una gran superficie supone la pérdida de 276 puestos de trabajo y el cierre de pequeños comercios en un radio de 12 kilómetros.
Quien sí puede crear empleo es el empresario que no reduce el sueldo de sus trabajadores o incluso que se lo sube, porque ahora ese trabajador podrá comprar más alimentos en Mercadona, más ropa en Zara y más de todo en El Corte Inglés (o el pequeño comercio de su barrio), y además ir más al cine o frecuentar más el restaurante.
En la mayoría de las ocasiones los empresarios no crean puestos de trabajo, sólo se disputan el mercado de consumo y, por tanto, los empleos requeridos para atender ese consumo. Si un fabricante de camisas gana mucho dinero y abre una nueva fábrica de camisas no estará creando más empleos, porque la gente seguirá comprando las mismas camisas, la diferencia estará en si las fabricará un empresario u otro. Los ciudadanos compramos coches o muebles, nos alojamos en hoteles o estrenamos más ropa en función de nuestro poder adquisitivo, es decir, si nos pagan más en nuestros trabajos y si el Estado presta servicios públicos que nos permiten ahorrar ese gasto en nuestra economía familiar y destinarlo al consumo. La gran mayoría de las empresas privadas no aportan ningún empleo al ya existente, si lo hacen se lo están arrebatando a otro empresario. La función del mercado no es crear empleos, como no cesan de repetirnos, sino de generar beneficios para un determinado grupo social. El empleo es un elemento secundario en la medida en que para algunas actividades que crean esos beneficios -no todas- necesitan operarios. Pero, además, ese hipotético empleo existiría siempre en la medida en que hubiera una demanda de consumo. Crean empleo cuando mejoran las condiciones de sus trabajadores y los destruyen cuando las empeoran. Pero nunca nos lo cuentan así.