Seguramente han sido muchas las ocasiones en que los ciudadanos han expresado su rechazo a la inmoralidad de vender armas a gobiernos dictatoriales acusados de violar sistemáticamente los derechos humanos, o que mantienen largas y sangrientas guerras que dejan tras de sí una interminable lista de civiles muertes. Sin embargo, solemos pensar que los suministros de armas proceden de oscuras vías de traficantes difíciles con controlar o, en todo caso, de grandes superpotencias armamentísticas cuya responsabilidad difícilmente puede recaer sobre nosotros. No es ese el caso de lo sucedido con la dictadura de Indonesia, responsable de la invasión de Timor Oriental en 1975, de la masacre de doscientos mil timoreses en los años siguientes y ahora de la muerte de miles de civiles tras el referéndum de independencia.
El Ministerio de Economía español ha reconocido ventas de material militar a Indonesia entre 1991 y 1998 por valor de 1.178’3 millones de pesetas y otros 143’6 en material de doble uso. A esa cifra hay que sumar otros 4.000 millones en armamento según la Cátedra Unesco sobre Paz y Derechos Humanos de la Universidad Autónoma de Barcelona y seis aviones C-212 para la Armada de Indonesia, valorados en 10.000 millones de pesetas, que no figuran en las estadísticas publicadas por el gobierno español.
El ejército y las milicias proindonesias son los responsables, según las Naciones Unidas, del asesinato de al menos siete mil timoreses en tan solo las dos semanas siguientes al referéndum para la independencia de Timor Este, además de otras 3.000 o 5.000 muertes en el periodo de 1999 anterior al referéndum, según la Iglesia Católica. Los desplazados se calculan entre 300.000 y 400.000 y el ACNUR ha denunciado la deportación de otras 300.000 personas a territorio indonesio en Timor Occidental.
Entre las armas suministradas por España se encuentran 4.240 pistolas por valor de 150 millones de pesetas en 1994 y 1995, además de munición y cartuchos por valor de 89 millones de pesetas entre 1992 y 1998. Hace apenas unos meses, en la segunda mitad del pasado año, se vendieron otros 2’2 millones de pesetas en pistolas, según datos del propio Ministerio de Economía español.
También en 1994 nuestro país vendió a la dictadura de Suharto dos sistemas infrarrojos de observación y revólveres de la empresa Llama- Gabilondo para las Fuerzas Armadas. En 1992, Indonesia recibió cuatro aviones militares por valor de 4.000 millones y un simulador de vuelo Ceselsa para los aviones CN-235. Un año antes el ejército indonesio disparaba contra una multitud durante un funeral en el cementerio de Santa Cruz y mataba a 180 personas. Asimismo, en 1996 el país asiático firmó un contrato de 10.000 millones con la empresa CASA para la adquisición de seis aviones de transporte y patrulla marítima C-212.
En octubre de ese mismo año, la Revista Española de Defensa, órgano oficial del Ministerio, dedicaba un artículo de análisis a Indonesia, según ha recordado el general de Artillería en la reserva y analista del Centro de Investigación para la Paz, Alberto Piris. En él se decía que Indonesia había "jugado un papel destacado en el contexto mundial", y añadía que a pesar de haber poseído el tercer partido comunista más cuantioso del mundo, éste había sido "desmantelado" tras un intento de golpe de estado (acontecimientos brillantemente narrados en la película El año que vivimos peligrosamente). Lo que la revista de nuestro ministerio llamaba eufemísticamente "desmantelamiento", que se produjo a partir del golpe de 1965, fue el estremecedor asesinato de varios centenares de miles de ciudadanos indonesios (entre 400.000 y un millón).
El régimen de Indonesia y sus Fuerzas Armadas también han sido protagonistas durante todos esos años de escalofriantes informes de Amnistía Internacional. Las organizaciones internacionales ya reconocen las cifras facilitadas por la Iglesia Católica que estima en 200.000 muertos las víctimas del genocidio del régimen del presidente Suharto durante la ocupación de Timor Oriental, el mismo presidente al que España le ha estado vendiendo las armas.
Estos datos de ventas de armas de empresas españolas por valor de miles de millones a un ejército claramente responsable en el genocidio de miles de timoreses en los últimos días, supone un aldabonazo en nuestras conciencias que no podemos ignorar.
La propia Amnistía Internacional afirma como probable que armas españolas, como alguna de las más de cuatro mil pistolas vendidas hace apenas cinco años, haya sido utilizada contra alguno de los miles de timoreses asesinados por las milicias y el ejército indonesio. ¿Para qué otra cosa iba a querer las armas ese ejército si no tenía ninguna otra amenaza externa?. Los dos únicos enemigos del régimen de Yakarta en los últimos veinticinco años eran los grupos de oposición a la dictadura de Suharto y los legítimos independentistas de Timor Este, invadidos por Indonesia en 1975. Si algunos de los cascos azules destinados a Timor hubiese sido español quizás se tendría que haber enfrentado a un arma fabricada en España.
Probablemente muchas honradas familias españolas han podido mantenerse gracias esas, y otras muchas más, ventas de armas a sangrientas dictaduras. Se trata además de empresas públicas, por lo que todos nos hemos beneficiado de ese negocio. Pero no podemos llevar a cuestas esa inmoralidad con la ingenuidad de "El Verdugo" de Berlanga. No podemos sacrificar todos los principios y valores en el altar de los beneficios económicos. La justificación del presidente de gobierno, cuando afirmó que debido a nuestros intereses comerciales con Turquía no podíamos permitir una reunión del Parlamento kurdo en el exilio en Euskadi no debe instalarse en nuestras conciencias. El desarrollo económico de nuestro país no se puede basar en la falta de escrúpulos para convertirnos en cómplices de gobiernos genocidas, suministradores de armas a dictadores o compradores de productos elaborados por niños en condiciones de miseria. Pero por si alguno no se había dado cuenta esas son las reglas del mercado y del neoliberalismo. Gracias a estos comportamientos se consiguen aumentos en el Producto Interior Bruto, mejoras en nuestra Balanza de Pagos y mejores precios para algunas de nuestras importaciones. Quizás vaya siendo hora de que quienes no lo han hecho todavía comiencen a repensar el modelo de desarrollo con el que la humanidad va a entrar en el siglo XXI.