Los gobernantes norteamericanos, y mucho nos tememos que también los de muchos países, suelen recurrir compulsivamente a las llamadas al patriotismo para lograr la adhesión ciudadana a sus decisiones por muy descabelladas que sean. Con mucho acierto el norteamericano Michael Parenti, con algo tan sencillo como el sentido común, desmonta todo ese discurso patriótico de justificación.
La primera pregunta que se plantea es ¿qué significa amar a nuestro país?. ¿Amar sus paisajes?, ¿alguien conoce todos los rincones?; ¿su cultura?, ¿todas las manifestaciones culturales?; ¿su historia?, ¿también el genocidio de los indios?; ¿sus habitantes?, ¿a todos los habitantes?.
Es evidente que “si la prueba de patriotismo sólo consiste en apoyar al líder siempre que éste agite la bandera, entonces lo que tenemos es una forma de dictadura, pero no una democracia”.
Parenti desmonta tópicos patrióticos como el de ese llamamiento desde el poder a ser el Número Uno: “Ninguno de estos líderes explicó nunca por qué es tan importante ser el Número Uno o el más grande, ni qué supone realmente estar en lo alto del escalafón. ¿Qué rasgos específicos nos cualifican para estar en esa posición? ¿En qué somos exactamente el Número Uno?”. Puesto que EEUU no es el número uno en finanzas, herencia cultural, industria, comercio, cocina, Michael Parenti llega a la conclusión de que son número uno en dos cosas: riqueza y poder militar. Para a continuación señalar que “necesitamos cuestionarnos por qué ser el Número Uno en capacidad de matar es una gran hazaña”.
Sí tengo una discrepancia con el autor. Aunque afirma que “uno podría preguntarse por qué el apelativo América tiene que ser acaparado por alguien en particular”, al final termina declarando que “en este libro yo aplico los términos América y americano al referirme a los Estados Unidos y a sus ciudadanos, porque éste es el inevitable idioma nacionalista en el que me estoy expresando”. Un sofisma para apropiarse del gentilicio común de todos los pueblos americanos.
Pero el autor sí recuerda que Estados Unidos sí es el Número Uno en ciertas cosas que raramente mencionan sus líderes. Es el Número Uno en homicidios y muertes por armas de fuego, en población recusa per capita, en libertades bajo fianza, en desequilibrios comerciales y déficit presupuestario. Número Uno de todas las naciones industriales occidentales en número de preescolares que viven en la pobreza y en número de personas que carecen de seguro médico. “Los Estados Unidos también son el Número Uno en granjas familiares que quiebran, en comida modificada genéticamente, en plantaciones que usan pesticidas y herbicidas y en cantidad de antibióticos y hormonas inyectadas al ganado”, afirma Parenti. Y también entre las naciones industriales en “desigualdad de salarios y sueldos de los ejecutivos”.
La utilización del patriotismo en este país provoca que “las ceremonias patrióticas son siempre para conmemorar la historia militar de la nación más que la historia de su lucha por la igualdad político-económica, la paz y la justicia social”. “El mensaje es claro: patriotismo y militarismo van juntos. Una bandera en una mano, un arma en la otra; eso es lo que hace grande a América; eso es lo que supuestamente nos hace libres e independientes, seguros y prósperos”. Con esa estrategia “cualquier crítica a lo militar corre el riesgo de ser condenada por antipatriota”.
El discurso patriota también recurre a otros elementos pasionales como el deporte o la religión. Eso se refleja en la información olímpica, donde no se suelen mencionar a los ganadores de medallas si no son norteamericanos.
Con la religión los líderes norteamericanos hacen como con el militarismo, los no creyentes, al igual que los antimilitaristas, también corren el riesgo de ser tachados de “no-americanos”. Por eso, dice Parenti, “todos los presidentes americanos que van a la guerra alistan a Dios en sus filas”. El autor nos recuerda un discurso de Bush el 27 de junio de 2003: “Dios me ha indicado que ataque a Al Qaeda y yo lo he hecho, y después me ha dado instrucciones de atacar a Saddam, lo que también hice, y ahora estoy resuelto a resolver el problema de Oriente Medio”. “Verdaderamente es una cadena de manda inquietante”, remacha Michael Parenti. No parece que la patología visionaria se diferencie mucho de la de Bin Laden. “La idea de que los Estados Unidos ha sido la nación señalada por Dios, la historia o el destino para jugar un papel único y superior en el mundo, cogió fuerza pronto en nuestra historia como parte de la conciencia nacional”, es la triste conclusión a la que llega el autor.
Esa visión mesiánica del patriotismo provoca que “como una especia de entidad suprema, la nación no conoce otra restricción que la impuesta por sus propios deseos y su poder. La violencia más despiadada –insoportable en la sociedad civil- se aplaude como heroísmo cuando se comete en nombre de la nación”.
Parenti explica cómo la apelación al patriotismo puede despertar la más miserable de las reacciones humanas, la guerra. Para ello nos trae las elocuentes palabras del líder nazi Hermann Goering durante el juicio por crímenes de guerra en Nuremberg: “Porque desde luego el pueblo no quiere la guerra: ¿Por qué debería querer un pobre sujeto que trabaja en una guerra arriesgar su vida en una guerra, cuando lo más que puede conseguir en ella es volver a su granja de una pieza? Naturalmente la gente corriente no quiere una guerra; ni en Rusia ni en Inglaterra ni en América, ni por supuesto en Alemania. Eso se entiende. Pero son los líderes los que determinan la política y siempre es un asunto fácil arrastrar a la gente… El pueblo puede ser atraído por el mandato de los líderes. Eso es fácil. Todo lo que hay que hacer es decirles que están siendo atacados y denunciar a los pacifistas por su falta de patriotismo y por exponer al país al peligro. Funciona del mismo modo en cualquier país”. Muy recomendable sobre este tema es es la obra Principios elementales de la propaganda de guerra, de Anne Morelli.
Pero el patriotismo no sólo tiene como objetivo lograr la sumisión y aceptación de la población a la política exterior norteamericana, también ofrece sus réditos dentro del país. Así, “la compañía Ford patrocinó programas de americanización para sus empleados: el patriotismo se equiparaba a la disciplina y a la sumisión laboral. Otras empresas desarrollaron programas basados en el de la Ford”. Estados Unidos es también hoy “la tierra de las comunidades cerradas con vallas, las torres de apartamentos fuertemente vigiladas y millones de vecindades armadas con pistolas dispuestas a disparar a todo el que entre sin identificarse”. Ya en 1992 Parenti escribía que después de bastantes días, meses y años consumido los medios de entretenimiento y diversión norteamericanos “podemos estar dispuestos a votar a los candidatos autoritarios con la ley y el orden, apoyar la pena de muerte, incrementar el gastos militar, bombardear Iraq, comprar una pistola y disparar a cualquiera que pise nuestro césped después del anochecer”. Y es que “la gente asustada que necesita protección no desea dirigentes que sean escrupulosos con los métodos que utilizan. Prefieren los que no se paran ante tonterías como las leyes internacionales y la justicia”. Parenti deja en evidencia a los plutócratas que engañan al pueblo norteamericano con su patriotismo: “Los dirigentes plutócratas están entre los principales proveedores del entusiasmo patriótico, pero ellos raramente practican lo que predican. Defiende la idea una América sana y sin embargo se resisten a los programas de atención sanitaria general (…), nos urgen a que hagamos grandes sacrificios económicos y dependamos de nosotros mimos y nos dicen que no esperemos donaciones del gobierno, mientras que ellos y sus enormes empresas se embolsan anualmente miles de millones de dólares en préstamos garantizados con el gobierno”. Del mismo modo, “los plutócratas superpatriotas también manifiestan poco interés en conservar el tesoro medioambiental de América”, recuerda que “el coste del delito callejero de bajo nivel en 2002 fue de 18.000 millones de dólares, mientras que el coste de las violaciones de la ley antimonopolio y otros delitos corporativos fue de 250.000 millones”. Es evidente que “no puede ser muy patriótico esquilmar los fondos locales, estatales y federales”. “Los plutócratas –añade Parenti- nos hablan de su dedicación a construir una América próspera para todos. Sin embargo muchas compañías se llevan su fábricas más allá de nuestras fronteras buscando los mercados laborales con sueldos bajos”.
Es en la guerra donde más evidente se aprecia el engaño a los estadounidenses: “mientras colman de alabanzas a quienes sirven a su país, ellos mismos raramente se alistan. Los hombres y mujeres que lo hacen proceden de una forma desproporcionada de familias de clase media y baja. (…). Los graduados de Yale, Harvard y Princeton raramente se alistan en los marines”. El autor denomina “halcones-gallina” a esos líderes privilegiados que pregonan con virulencia la guerra pero que se evaden tenazmente del servicio militar, como Bush y Dick Cheney. Ellos “escapan al reclutamiento por medio de prórrogas, informes médicos dudosos e influencias familiares”, “están dispuestos a enviar a los hijos de otras familias al combate, pero no a los suyos. Equiparan el militarismo con el patriotismo y piden sacrificio y devoción a la bandera. Sin embargo su propio sacrificio consiste en llevar una insignia con la bandera americana en la solapa de su chaqueta”
Todos esos pobres desgraciados engañados por las arengas patriotas son ignorados y humillados cuando han sido utilizados: “Más de 200.000 veteranos de guerras anteriores tuvieron que esperar seis meses o más para pasar a la Administración de Veteranos. Miles de ellos habían esperado incluso años para obtener una plaza en los hospitales abarrotados y recibir asistencia a su discapacidad, a menudo siendo incapaces de pagar sus propios gastos de subsistencia en la vida civil”.
Para finalizar Michael Parenti nos ilustra sobre lo que es un verdadero patriota. Quienes se “preocupan por su país y quieren mejorarlo” y “saben que la democracia no es sólo tener elecciones”. “Los verdaderos patriotas se informan sobre la verdadera historia de su país y no están satisfechos con el ondear de banderas que pasa por historia”, están orgullosos de “la lucha por la emancipación, el movimiento abolicionista, el movimiento por la paz, la seguridad en el trabajo, la justicia racial y la igualdad de género”. Ellos “quieren un gobierno que vaya hacia una producción que no busque beneficios. Quieren el juego limpio de empresas controladas por los trabajadores y de propiedad pública” y abrir el sistema político norteamericano “a nuevos partidos políticos, no sólo a los dos partidos capitalistas, globalistas, constructores del imperio”.
Su mensaje final es optimista: “Más pronto o más tarde los americanos descubrirán que no pueden vivir sólo ondeando la bandera. Empezarán a introducirse en la realidad, enfrentándose a las irracionalidades e injusticias de un sistema que produce las extravagancias sin fin del superpatriotismo, les agobia a impuestos, origina una deuda nacional y un presupuesto militar aplastantes, ensangrienta las tierras extranjeras y olvida tristemente las necesidades internas, negando el pan y la prosperidad a los ciudadanos”.
Estamos ante un breve libro que nos ayuda a entender cómo se embauca a los norteamericanos. Ojalá fuera leído por muchos de ellos, quizás entonces puedan entender esa tan repetida duda de que “por qué les odian” y alcanzar a descubrir cómo son engañados en nombre de algo tan virtual como una tela con barras y estrellas.
Texto recomendado:
Reseña:
«Terrorismo la gran excusa», de Michael Parenti
Apuntado al corazón de la bestia
04-04-2004