¿Cuántas veces nos hemos preguntado qué provoca el cambio de una sociedad apática, sumisa, resignada a una combativa, reivindicativa y rebelde? Cuando observé la pasión política de los sectores populares venezolanos en los años en los que el gobierno Chávez se desmarcaba de los poderes tradicionales y se posicionaba claramente con medidas de izquierda y de recuperación de los poderes públicos y la democracia participativa, no dejaba de reflexionar sobre el hecho de que, a buen seguro, esa población de origen pobre y humilde y ahora entusiasmada, cinco años antes, estaba tan desmovilizada como la México, España o Italia. En Venezuela veía a ese pueblo del abismo, como diría Jack London, que cinco años antes sólo pensaban en robar para conseguir algo con que alimentarse o atiborrarse de crack y ahora se manifestaban en defensa de un proyecto político. Carlos Fernández Liria llamaba la atención sobre el hecho de que se trataba de unos ciudadanos que esgrimían con firmeza y orgullo los volúmenes de las legislaciones aprobadas por sus gobiernos, en especial la Constitución. ¿Qué explicaba entonces ese cambio desde la resignación y desprecio hacia la política, hacia la pasión por su defensa? Sin duda, era la sensación de esperanza que habían descubierto en Hugo Chávez, lo cuál merece un análisis más allá de este personaje: las sociedades por paralizadas y derrotadas que parezcan, pueden despertar hacia la combatividad y la lucha por sus derechos si descubren una luz, la sensación de que es posible el cambio, de que saben lo que quieren y de que existe una coyuntura social y política que lo hace viable.
Desde la izquierda, nos pasamos el tiempo señalando elementos que, justamente, merecen nuestra crítica e indignación: las invasiones y masacres de la OTAN, los abusos de los sectores bancarios y financieros, la connivencia criminal de los gobernantes con el poder económico, el alarmante deterioro medioambiental fruto de la voracidad consumista de los países desarrollados, el saqueo de los recursos naturales de los países menos desarrollados, el avance inexorable de unas formas de pensamiento individualistas y egoístas entre la ciudadanía, el panorama empobrecedor y manipulador de los medios de comunicación… ¿Hace falta seguir? Tanto esfuerzo dedicamos a exponer un discurso tremendista que busca movilizar la indignación que, quizás, lo que provocamos es todo lo contrario: el pesimismo, la desesperanza y la frustración. Terminamos sembrando el derrotismo y la desmovilización. Insistimos tanto en exponer lo malo que está todo que olvidamos pensar en cómo quisiéramos que fuera. Por eso se agradece el monográfico Tiempos de Utopías, el número 7 de la colección El punto de vista, editado por la edición española de Le Monde Diplomatique. Se trata de una recopilación de textos, algunos inéditos pero la mayoría ya publicados a los largo de los últimos años por la revista, que se agrupan en tres bloques: Las esperanzas surgen de abajo (utopías sociales), Sueños de sabios (utopías tecnológicas) y Horizontes filosóficos (utopías filosóficas). Los primeros dos están integrados por seis textos cada uno y el tercero, por ocho.
Otro mérito del monográfico es saltear sus artículos con recuadros con fragmentos de textos clásicos de autores como Platón, Tomás Moro, Francis Bacon, Thomas Hobbes, Spinoza, Rousseau, Proudhon… En ellos nos asombraremos de la actualidad de muchos de sus pensamientos. Tampoco faltan referencias bibliográficas y lugares de internet donde consultar.
En conclusión, una propuesta editorial que fusiona las utopías clásicas con la utopías de hoy para pensar no tanto en lo que nos indigna, sino en lo que queremos construir.
Tiempos de utopías. El punto de mira Nº 7. Le Monde Diplomatique
