Es habitual que la sociedades modernas se dejen deslumbrar por los avances tecnológicos. Sin embargo, no siempre ese supuesto desarrollo va acompañado de un modelo social que permita rentabilizarlo. He podido observar en los últimos días algunas paradojas que, por elocuentes, demuestran lo inútiles que pueden terminar siendo algunos “adelantos” tecnológicos.
Así por ejemplo uno puede comprobar que el trayecto en avión desde Vigo a Madrid dura cincuenta minutos de avión, pero desde el aeropuerto madrileño de Barajas a la estación de Atocha no pude llegar en menos de noventa. Y si en lugar de ese trayecto, el viaje que se quiere hacer es desde Madrid a Valencia, debido a las distancias entre aeropuerto y capitales y los tiempos de espera, resulta más rápido ir en coche que en avión.
Situaciones parecidas suceden con el tren. El AVE Madrid-Toledo realiza su trayecto en media hora, pero sacar el billete con antelación en la ventanilla de RENFE en la estación de Atocha en Madrid pude comprobar el pasado 20 de abril que requería una espera de hora y media. La empresa de trenes española necesita casi el mismo tiempo para venderte un billete que para llevarte desde Madrid a Valencia.
Y algo similar podemos comprobar que sucede con otros inventos como internet. Una compra por esta vía que, se supone, reduce costos de locales de venta y personal, termina siendo un 36 por ciento más cara según un estudio de la Organización de Consumidores y Usuarios difundido hace una semana.
Y para más asombro, el mismo estudio desvela que las tres ciudades de España donde el pescado está más caro eran las costeras A Coruña, Las Palmas y Santa Cruz de Tenerife. O dicho de otro modo, si la merluza que llega al puerto de A Coruña, en lugar de comprarla allí la compras cuando llega en Madrid te cuesta menos dinero.
En resumidas cuentas que no parece que la tecnología esté al servicio de las personas y que quizás sea bueno ir desmitificando el modelo de desarrollo que tanto parece fascinarnos.