Por fin alguien que cuando habla de la crisis del periodismo no se limita a elucubrar sobre la viabilidad de las empresas o los aparatitos en los que se empaquetará la información. La docena de periodistas que participan en este libro, cuando piensan en periodismo, lo hacen sobre su contenido: qué se debe decir, cómo se debe decir y cómo se debe buscar la información. No es que estemos de acuerdo con todos ellos, pero se agradece un debate que vaya más allá de lo empresarial y lo tecnológico. Las colaboraciones son muy irregulares, encuentro entre ellas a una periodista a la que debo agradecer la gran ayuda prestada para uno de mis libros y también a otro que, tan tranquilo, en la entrevista que realizó hace unos años a una periodista y amiga cubana, escribió que el hombre que le acompañaba durante el encuentro en Madrid, director de la revista Umbral y Premio Bolívar-Martí de literatura, era un policía cubano que tenía como misión vigilar las respuestas.
Existe una constante en todos ellos: la preocupación y el pesimismo por la decadencia de la profesión. Expresan su inquietud por la degradación que ha supuesto internet y la gratuidad, así como su crítica a eso que se llama “periodismo ciudadano”. Todos coinciden en señalar la responsabilidad de directivos burocratizados convertidos en gestores, empresas que solo buscan rentabilidad económica, precariedad laboral, desprecio empresarial a los periodistas y al riesgo que sufren en muchas ocasiones unos corresponsales a los que no se les proporcionan ni medidas de seguridad ni la mínima garantía económica. Pero ninguno cita con nombres y apellidos a ninguno de esos directivos miserables que desprecian a los periodistas, no señalan a ninguna de esas empresas accionistas que tanto están destruyendo la profesión con su búsqueda del beneficio y no concretan los medios que cometen esos atropellos. Tampoco se atreven a plantear ninguna alternativa al mercado dominante, al omnímodo poder del dinero y las empresas privadas, ninguno insinúa la responsabilidad o solución que podría proceder de los poderes públicos. El resultado es un discurso plañidero de quienes lanzan la piedra y esconden la mano, inútiles ladridos a la luna, diagnósticos acertados procedentes de quienes conocen en qué han convertido el periodismo las empresas para las que ellos trabajan, pero que no quieren o no se atreven a señalar a los culpables o la dirección de la salida. No soy quien para juzgarles, pero sí para contar lo que he leído en su libro y lo que he echado en falta.
VV.AA. “Queremos saber . Cómo y por qué la crisis del periodismo nos afecta a todos”. Debate, 2012