La violencia aparecida en las movilizaciones como reacción al encarcelamiento del rapero Pablo Hasel ha generado un debate en torno a su origen, explicación, objetivo y responsabilidad. Y, por supuesto, su relación con la lucha política.
La primera cuestión que describir es, que como lleva sucediendo hace ya varios años, muchas de las movilizaciones surgen de forma espontánea, sin estructura organizada detrás (más allá de que un grupúsculo pueda convocar en redes) que planifique en qué consistirá un determinado acto movilizador y menos todavía intentar cumplirlo.
Eso supone que su desarrollo siempre estará a merced de fuerzas o intereses que no tienen por qué ser los de quienes inspiraron la movilización y de muchos de los que con ella se solidarizaron. Es por eso que, históricamente, las manifestaciones, huelgas y todo tipo de actos de lucha política han necesitado una estructura que se dedicara y garantizara que se iba a hacer lo que estaba previsto hacer, y no otra cosa diferente. Es por eso también que el resultado, si funcionaba la organización, solo dependía del mayor o menor apoyo de la ciudadanía o colectivos, no de otros elementos perturbadores, que debían ser neutralizados por las organizaciones convocantes.
Pero, claro, eso era antes, cuando detrás de las reivindicaciones había organizaciones y no deflagraciones de redes sociales, cuando había planificaciones previas en asambleas o comités y no grupúsculos de encabronados que deambulan entre disturbios, cuando se había debatido y recogido en un documento por qué se protestaba y qué se exigía, y no cuando cada uno al que se le pregunte en la manifestación te dirá que ha ido a una cosa diferente.