Estamos en un día del mes de septiembre del año 1996 en las fiestas de un barrio obrero de Madrid. Dos amigos charlan a su vuelta de vacaciones de verano. “Mira, existe un forma por la que se pueden poner noticias en internet y cualquier persona que tenga una conexión puede leerlas desde cualquier parte del mundo y no cuesta prácticamente dinero, se llama página web”, le dijo uno al otro. El segundo no podía entender qué era ese limbo donde se iban a dejar esas informaciones y al que podía acceder cualquiera. “Lo que hay que saber es si tu puedes conseguir noticias diferentes a las que publican los medios para dotar de contenidos al menos una vez por semana”, continuaba el primero. Mientras a su alrededor la gente se divertía y pedía bebidas en la barra de la fiesta callejera, el segundo, sin haber logrado aún entender cómo era ese invento, respondió que sí se podían ir consiguiendo ya informaciones, el correo electrónico iba siendo un recurso familiar y permitía tener contactos con grupos y movimientos sociales en América Latina, con los zapatistas habían funcionado bien.
En aquellas fechas las páginas web eran desconocidas para el público en general, no había medios de comunicación, ni comerciales ni alternativos que usasen ese recurso. Tampoco las organizaciones habían puesto en marcha sus webs, internet era apenas un medio fantástico con el que ponerse en contacto y recibir mensajes desde cualquier parte del mundo. La iniciativa era muy precaria, no había modo de conseguir noticias fácilmente de otros medios extranjeros con rapidez, se necesitaba pensar qué servidor de internet podía acoger el alojamiento de esa “cosa” y luego a quien se le podría ocurrir escribir el nombre de nuestro medio en un programa (navegador) conectado a la red para poder leer lo que habíamos escrito, porque tampoco existían los buscadores.
Los destinatarios previstos eran otros medios alternativos como radios libres o boletines locales. Esa gente manejaba una magnífica información local pero no podía tener acceso a información internacional diferente a los grandes periódicos y las televisiones. Nosotros habíamos comprobado que mediante el correo electrónico podíamos preparar un reportaje sobre un país de América Latina mediante algunos contactos allí en pocos días. El problema es que ahora había que esperar semanas a que se imprimiera en papel y se distribuyera en el estrecho entorno en el que lo hacían los medios escritos alternativos. Con el nuevo invento podíamos crear un “expositor” donde estos medios alternativos pudieran tener acceso a informaciones internacionales. Por supuesto, la población en general estaba descartada, nadie –pensábamos- podría dejarse caer por nuestra página, nos conformáramos con prestarle ese servicio al estilo de una agencia, a las radios y los boletines escritos.
Con un boceto provisional, en el sótano de una sede de barrio del Partido de Comunista de España nos reunimos el informático visionario, el periodista asombrado, otro periodista de un medio escrito de izquierdas, uno más de una radio libre y un cantautor.
Yo creo que el funcionamiento del sistema sólo lo entendía el informático, pero la verdad es que las noticias se veían en la pantalla del ordenador, pero además en cualquier ordenador donde quiera que estuviese el dichoso aparato, siempre y cuando se conectara al teléfono.
Coincidió con que otros locos pusieron en marcha una cosa que se llamaba servidor, que tampoco entendíamos qué era –a excepción del informático claro-, pero que lo necesitábamos para que funcionara el invento. Se llamaron Eurosur y lo creaba una organización amiga que se llamaba Iepala con una honorable trayectoria de solidaridad internacional. Nosotros aquella noche decidimos las secciones que tendría nuestro periódico y repartimos las responsabilidades; los de perfil más periodístico nos dedicaríamos a conseguir las informaciones y los más hábiles con la informática se encargarían de conseguir que los textos aparecieran milagrosamente en la red. Yo nunca pude llegar a esto segundo hasta que cambiamos el sistema de edición. La cosa decidimos que se llamaría “Rebelión”, al fin y al cabo nuestros contenidos tenían todos vocación rebelde respecto al orden informativo establecido.
El sistema, asombrosamente, hasta podía saber cuanta gente nos leía. Y, más asombroso todavía, eran una cantidad inimaginable para nosotros. Y cuantas más cosas poníamos, más personas entraban en Rebelión.
A partir de entonces creo que la historia es más o menos conocida. Cada vez que sucedía algún acontecimiento internacional de relevancia, accedíamos a más informaciones que eran silenciadas en los grandes medios y más lectores se acercaban a nosotros para quedarse ya siempre como habituales. Intelectuales de prestigio, traductores, activistas, grupos de solidaridad, movimientos sociales vieron una luz que al final se multiplicaría por cientos de luces con el desarrollo de internet.
Sin duda fuimos los primeros, lo que tampoco es ningún mérito porque no inventamos nada que no descubriesen todos meses o años más tarde. Simplemente hicimos de la necesidad virtud. Necesidad de informar de tantos y tantos acontecimientos que no tenían lugar en los grandes medios, luchas que eran silenciadas, autores que eran marginados y, sobretodo, ciudadanos que no podían conocer otra realidad que no fuera la de los grandes medios.
Ahora somos muchos los medios que estamos en la red, cada uno tiene su personalidad, su modo de entender la información, su formato técnico y estético, su estilo de presentar los contenidos. Es evidente que queda mucho camino por recorrer, a mi no me deja de frustrar pensar que para leernos hace falta tener una línea de teléfono, una computadora, una vivienda, energía eléctrica… Pero la verdad es que aquellas radios libres y aquellos boletines escritos que hace diez años no podían saber lo que pasaba en Guatemala o en Iraq ahora lo han conseguido fácilmente y lo pueden contar gracias a nuestro pequeño granito de arena. Y junto a ellos, y sin haberlo imaginado nunca, miles, millones de lectores.