Se podría decir que prácticamente toda la opinión pública internacional ha estado expectante ante las elecciones presidenciales en Estados Unidos. La carrera presidencial entre los candidatos Al Gore y George W. Bush se ha presentado, una vez más, como un saludable ejercicio de democracia y poder popular. Los medios informaban al detalle y al minuto de todo lo relacionado con las votaciones y sus resultados. No era para menos, se jugaba la presidencia, 435 representantes del Congreso, 34 de los 100 senadores, once gobernadores y miles de puestos locales.
También se ha dicho, aunque sin mucha insistencia, que eran las elecciones más caras de la historia estadounidense. Más de 3.000 millones de dólares en la campaña presidencial y legislativa federal y otro mil millones en las elecciones a nivel estatal, según el Centro para el Estudio del Electorado Americano. El doble que en elecciones anteriores. Lo que no parece que haya interesado explicar es el origen de esos dineros. Para empezar, sólo el cuatro por ciento del electorado contribuye económicamente apoyando la campaña de algún candidato y sólo un dos por ciento lo hace aportando más de doscientos dólares. Se trata por tanto de enormes ingresos procedentes de grandes lobys empresariales que buscan asegurar que sus candidatos sean elegidos para defender sus intereses. Así, el Washington Post informaba durante la última semana de octubre que en Michigan la Cámara de Comercio local gastaba cincuenta mil dólares diarios en publicidad a favor del senador republicano Spencer Abraham. Mientras, en Kentucky, la Cámara de Comercio y una influyente organización empresarial, la Business Roundtable, saturaban los medios electrónicos con publicidad a favor de un candidato republicano que se oponía a imponer más controles en los hospitales para beneficio de los usuarios.
Por su parte, las grandes empresas farmacéuticas, ante los numerosos ataques de varios políticos por los altos precios de sus productos, entre ellos el candidato demócrata Al Gore, inyectaban millones de dólares en contribuciones directas al Partido Republicano y financiaban la publicidad de varios candidatos republicanos que se oponían a la regulación del mercado farmacéutico. Así, en los últimos seis meses de campaña, estas grandes empresas químicas contribuyeron con unos 35 millones de dólares en publicidad electoral para asegurar que el próximo gobierno estadounidense no incluya medidas de control de precios de los medicamentos.
Bush tiene también entre sus asesores al poderoso afroamericano Colin Powell y el experimentado Dick Cheney, este último Oficial Ejecutivo de Holliburton, una gigantesca empresa de armamento cuyos dividendos proceden de las fuerzas armadas estadounidenses.
Otra fuente de ingresos del candidato republicano son las principales compañías contaminantes del estado del que es gobernador, Texas. Allí, los representantes de estas compañías se reunieron con el gobernador para diseñar un programa voluntario contra la polución. La aceptación de este Aprograma@ por Bush le supuso al candidato una donación de 260.648 dólares para su campaña gubernamental en 1998 y 243.900 dólares para su campaña presidencial. Tras la aplicación del Aprograma anticontaminación@ acordado por los empresarios y el gobernador George Bush, la Agencia de Protección al Medio Ambiente norteamericna cuantificó en Texas, sólo en 1998, la utilización de 59 millones de libras (30.000 toneladas) de pesticidas. Las agencias del estado eliminaron los exámenes del agua cuando Bush se hizo fue nombrado gobernador del estado. Hoy Texas tiene la más alta concentración de refinerías y plantas químicas del país, las cuales emiten 904,000 toneladas de contaminantes del aire cada año.
Por parte demócrata, Al Gore y su familia mantienen una estrecha relación con la industria petrolera que se inició hace varias décadas. Armand Hammer, el fundador de Occidental Petroleum (OXY) era un formidable aliado de Albert Gore, padre. Cuando Gore dejó el Senado en 1970 Hammer le dio un empleo de 500.000 dólares al año. Los Gore se benefician directamente de su relación con OXY, ya que Al Gore, hijo, es propietario de medio millón de dólares de acciones en la empresa. En 1992 la petrolera prestó 100.000 dólares para los gastos de la inauguración presidencial y en 1996, Ray Irani, directivo de OXY dio otros 100.000 dólares al comité Nacional Demócrata, sólo dos días después de que durmiera en la alcoba Lincoln en la Casa Blanca. En total, desde 1992 Occidental ha donado casi medio millón de dólares en Adinero suave@ (regalos) a comités y causas demócratas.
Pero los favores de OXY tienen un efecto en las ventas de propiedad pública a las compañías petroleras. En 1997, el vicepresidente Albert Gore trabajó incesantemente para que el gobierno federal vendiera a OXY las tierras conocidas como Elk Hills en Bakersfield, California. Occidental pago 3.650 millones de dólares en la transacción de privatización más grande de la historia del país. Al gobierno demócrata no le importó que la propiedad adquirida por OXY para ser perforada fuera la región en que los indígenas Yokuts tienen cerca de 100 santuarios ancestrales. Allí también habitan especies protegidas como la iguana leopardo, la zorra felina y la gigantesca rata canguro.
Pero las acciones de la empresa petrolera de Gore Occidental no se limitan a los santuarios del pueblo Yokut. En Colombia firmó un contrato para explotar mantos petrolíferos en el territorio de los indígenas. "La falta de respuesta de Gore a las demandas de los indígenas es un ataque directo a la sobrevivencia del pueblo u’wa," dijo la activista Shanon Wright de la organización Rain Forest Action Network.
En Ecuador, Occidental usó a los militares de ese país para obligar a los pueblos siona y secoya del Amazonas a abandonar sus tierras. Y en Perú OXY envenenó las aguas de los ríos para los próximos 25 años. Se acabaron los pescados, se enfermaron los animales y se cree que 150 personas murieron debido a las infecciones producidas por las perforaciones en la tierra.
Bien es verdad que desde los sectores sindicales también se juega con la misma baraja y se destina dinero a financiar las campañas de algunos políticos, pero, según la organización independiente Center for Public Integrity, hasta el primero de octubre, los intereses empresariales habían dedicado 842 millones de dólares para publicidad de políticos y sus partidos, frente a 56 millones destinados por los sindicatos.
)Y cómo es esa publicidad electoral?. Si alguien piensa que ese dinero sirve para explicar y debatir en profundidad las propuestas políticas está muy equivocado. En cuatro estados donde la competencia fue muy feroz (Ohio, Michigan, Missouri y Pennsylvania), un lobby prorrepublicano difundió un anuncio que comienza con la afirmación de que el gobierno del presidente Bill Clinton y el vicepresidente Al Gore vendieron secretos nucleares a China, gracias a los cuales los comunistas están apuntando sus misiles nucleares a los hogares estadounidenses. El anuncio muestra a una niña contando los pétalos que desprende de una flor y ese conteo es sustituido por el lanzamiento de un misil atómico que culmina con la imagen de una explosión de una bomba nuclear. El anuncio concluye: ANo corra el riesgo. Por favor, vote republicano@.
La relación entre dinero y resultado electoral es tan evidente que lo estudiosos señalan que cada candidato a legislador de la Cámara Baja dedica un promedio de medio millón de dólares y cuatro millones si aspira a un cargo en el Senado. Incluso un candidato al Senado por Nueva Jersey ha llegado a dedicar 45 millones a su campaña. Entre Hillary Clinton y su contrincante republicano han gastado 64 millones de dólares en su campaña por Nueva York. No es casual que en Estados Unidos haya desaparecido cualquier partido o candidato de izquierdas. A pesar de que el Directorio Nacional de Partidos tiene registrados cuarenta y cinco partidos en activo, sólo el Partido Republicano y el Partido Demócrata tienen posibilidad de gobernar.
Otra de las cuestiones que uniformiza el panorama político de Estados Unidos es que todos los lobys que financian a los partidos mayoritarios tienen una misma posición en determinadas cuestiones internacionales. Todos se sitúan en el lado proisraelí ante el conflicto de Oriente Próximo y todos se sitúan en contra de Fidel Castro en la cuestión cubana. Los comentarios de diferentes dirigentes internacionales son elocuentes. Putin afirmó que los programas de los aspirantes a la Casa Blanca Aconvienen@ a Rusia por igual, que los dos prevén Adesarrollar relaciones@ con Moscú. El primer ministro iraquí Tareq Aziz, señaló que Asea la victoria para Bush o Gore, la postura norteamericana no combiará@. Sólo es posible, por tanto, una determinada política sea quien sea el presidente elegido. La sintonía entre los dos candidatos es tal que durante los debates presidenciales entre Gore y Bush, el demócrata dijo estar de acuerdo con su adversario más de treinta veces.
Ante este panorama no es de extrañar que la participación electoral no llegue a la mitad de la población. Solamente el 49 % de los estadounidenses con derecho a voto participó en las elecciones presidenciales de 1996. En está ocasión, aunque se ha insistido en la alta participación debido al reñido desenlace en la presidenciales, la participación no ha superado el 50 %. Atrás quedan porcentajes del 63 % como el de las elecciones de 1960. Se trata de niveles muy inferiores a los índices del 70 y 80 por ciento, habituales en Europa. Así, en 1992, Bill Clinton ganó la presidencia con el apoyo de tan sólo el 43 del electorado que participó en la votación, menos de la cuarta parte de los potenciales electores. Según un sondeo conjunto del Proyecto de los No Votantes de la Universidad de Harvard y el diario The Wahington Post, casi uno de cada cuatro ciudadanos con derecho a voto (un porcentaje similar a los votos que llevaron a Clinton a la Casa Blanca en 1992), dice estar disgustado con la política electoral y un 44 por ciento dice no estar interesado en la política. La mayoría de ellos tiene entre 18 y 30 años y no tienen o sólo alcanzan el nivel de educación primaria. Las encuestas realizadas en estas elecciones señalan que de los electores menores de 30 años sólo votará un 28 %.
Y es que la realidad socioeconómica se impone por encima de las serpentinas electorales. Aunque a algunos comentaristas les encanta señalar que la mitad de todos los estadounidenses son accionistas empresariales, la realidad es que la pobreza entre las familias con empleo sigue sin cambios o continúa incrementándose. Además, algunos economistas señalan que los principales beneficiarios del auge económico de los últimos años son unas cuantas personas, y subrayan que jamás se ha visto una concentración de riqueza de esta magnitud durante el último siglo.
Por primera vez en la historia del país, el uno por ciento de la población controla el 34 por ciento de toda la riqueza, más que lo que posee el 90 por ciento de la población, según las cifras oficiales. Al mismo tiempo, los programas voluntarios de alimentación para los necesitados denuncian que no alcanzan para todos los que pasan hambre. Uno de cada cinco niños estadounidenses vive en la pobreza.
Aunque la tasa de desempleo está muy baja, los empleos creados son, en gran medida, aquellos que pagan los salarios más bajos, y el salario mínimo real es más bajo que el que existía en 1970.
Unos 44 millones de estadounidenses no tienen seguro de salud, la tasa de mortalidad infantil en algunas zonas urbanas del país, como el barrio neoyorkino de Harlem o determinadas barriadas de Washington, son inferiores a las de muchas naciones en desarrollo. Más del veinte por por ciento de los residentes en Estados Unidos son analfabetos funcionales, y el sistema de educación sigue generando resultados muy por debajo de otros países industrializados.
Se trata de estos sectores que sufren la pobreza, la marginación y la inconformidad los que no se expresan políticamente por falta de canales políticos adecuados para hacerlo, el 35 por ciento de los no votantes afirma que el voto ya ni les importa.
Junto con ellos, hay millones más que no tienen o se les ha negado el derecho de expresarse "democráticamente". Se trata de los casi cuatro millones de personas que cumplen penas por un delito mayor, quienes, según la legislación de Estados Unidos, además de la libertad pierden el derecho al sufragio. Como resultado de esto, uno de cada tres negros en Florida no tiene derecho a voto. Junto con ellos, el pueblo de Puerto Rico no tiene voz en la política del país que determina la vida en la isla.
En conclusión, la que dice ser la mayor democracia del mundo, ejemplo a seguir -o mejor a imponer- al resto del mundo no es otra cosa que un andamiaje financiero y empresarial que periódicamente organiza una gira circense por el país bajo el nombre de elecciones y democracia. Y lo peor, es que el sistema no deja de exportarse al resto del mundo.
Nota: En este reportaje se ha utilizado información de los corresponsales en Washington de La Jornada Jim Cason y David Brooks y del corresponsal de la agencia Púlsar Fernando Velázquez.