Primero decidieron llamar a todo relacionado con la guerra “defensa”, uno no podía entender cómo todos los gobiernos necesitaban un ejército para la defensa, si nadie disponía de un ejército para el ataque.
Cuando los ciudadanos vieron que las guerras entre ejércitos “meramente defensivos”, no cesaban, los gobiernos recurrieron a un nuevo ejercicio de malabarismo lingüístico. Ahora, los ejércitos no se destinarán ni siquiera a la defensa, sino a las “intervenciones humanitarias”.
De modo que las mismas personas, uniformadas, entrenadas y armadas para la guerra, de la noche a la mañana se han convertido en ejércitos humanitarios que se dedican a “intervenciones humanitarias”. Eso sí, perfectamente pertrechados de sus fusiles humanitarios, sus bombarderos y sus lanzagranadas. Desde hace varios años los gobiernos han encontrado en el término “humanitario” la piedra filosofal con la que seducir a los ciudadanos. Por ello, nuestro humanitario gobierno español, al igual que el resto de humanitarios gobiernos occidentales, nos va informando puntualmente de todas las misiones humanitarias de nuestro ejército humanitario. Allá van nuestros soldados con sus fusiles y cazas F-1 a Bosnia, Kosovo o Somalia a ayudar a cruzar a las ancianas el paso de peatones, a operar de apendicitis a los niños, a repartir comida entre los más desfavorecidos.
El colectivo antimilitarista Gasteizkoak ha publicado un trabajo en el que nos detallan a qué se dedican nuestros ejércitos humanitarios, bajo bandera nacional o como cascos azules, cuando nos dicen que se van a ayudar a viejecitas y niños a países del Tercer Mundo. Cascos azules violando niñas que han perdido una pierna por alguna mina en Angola, en Bosnia incitando a menores a que se prostituyan por un par de cigarros, redes de prostitución infantil en Sarajevo controladas por tropas de la OTAN, propagación del SIDA en Camboya tras la llegada de los soldados de la ONU, misteriosa muerte por arma de fuego de un brigada español en Kosovo que había advertido sobre una trama de robo y desvío de medicamentos al mercado negro, una mujer violada por 300 soldados de paz de la KFOR en Kosovo, cascos azules canadienses que torturan hasta la muerte a un joven somalí y se fotografían con él, marines estadounidenses acusados de matar a un niño en Somalia porque les había apuntado con una pistola de agua, cascos azules italianos que asesinan a siete somalíes jugando al “tiro al blanco”, aviones españoles de ayuda humanitaria a Zaire que aterrizan a miles de kilómetros del desastre porque se utilizaron para transportar militares para proteger una embajada. Decenas de casos espeluznantes de tropelías y depravaciones cometidas por soldados de varios países contra inocentes civiles, en su mayoría niñas, cuyo único delito es vivir en países empobrecidos o castigados por la guerra y ser objetivo “humanitario” de nuestros soldados. Todo ello, aderezado de investigaciones inconclusas, justificaciones vergonzosas de altos mandos o sanciones ridículas de mero traslado como máxima pena por delitos de violaciones y asesinato. En una palabra, impunidad.
Y si alguien piensa que los casos son de dudosa o maquiavélica fuente, nada más alejado de la realidad. Se trata de puro trabajo de hemeroteca con informaciones publicadas en grandes medios españoles, diarios como El Mundo, El País, El Correo, o informes de organizaciones de acreditada solvencia como Médicos sin Fronteras o Amnistía Internacional. Denuncias que no se han desmentido ni han sido objeto de querella contra los medios que las difundieron. Todas las fuentes están perfectamente identificadas y citadas en el libro.
La tesis defendida por los autores de la obra es clara: “esas más alimañas que personas no son producto del azar o de que el ejército se nutra de un sector de población especialmente infame. No. Las bestias que protagonizan hechos como los aquí recogidos no son sino el producto directo de la instrucción militar”.
Y así parece ser cuando resulta que una soldado española que denuncia ante el capitán el acoso sexual que sufre una compañera, termina siendo acosada también por el capitán. O las declaraciones públicas del responsable de la misión de paz en Camboya y antiguo representante de la misión de paz en la ex Yugoslavia, ante las denuncias de abusos y comercios sexuales en Camboya con la participación de cascos azules: “¿Y qué quieren que haga si son hombres?”. Eso sí, un soldado de la unidad checa de la UNPROFOR pudo ser condenado a cadena perpetua acusado de amenaza a la moral militar, por llorar cuando rogaba con lágrimas en los ojos a unos militares serbios que no lo mataran.
Los casos recogidos en este libro no son aislados, al contrario, mucho nos tememos que son la punta del iceberg de lo que se encuentra tras el decorado de humanitarismo con el que se quiere presentar a unos ejércitos que nunca podrán ser organizaciones humanitarias. Como dice Alberto Piris, general de artillería en la reserva, “las misiones calificadas de humanitarias (…) han sido exaltadas hasta extremos exagerados, no deben hacer olvidar la cuestión fundamental: que los ejércitos tienen como misión básica ser capaces de hacer la guerra y ganarla. En caso contrario resultarían inútiles y podrían ser reemplazados por otras instituciones menos costosas y más adecuadas a las tareas de ayuda a reconstrucción de los pueblos devastados por la guerra o calamidades”.
En septiembre de 1999, el presidente Clinton afirmaba: Lamentablemente, no podemos responder a todas las crisis humanitarias que se producen en el mundo. La respuesta del escritor Eduardo Galeano a ese comentario no pudo ser más lúcida: “Menos mal”.
“La abominable cara oculta de los ejércitos humanitarios”. Colectivo Gasteizkoak. Zap Ateneo 2003