Un año después del Katrina, entre toda la tinta derramada yo quisiera destacar un libro. Es “Huracán”, donde se recogen varios textos, pero del que quisiera llamar más la atención es el del belga Michel Collon.
Este autor busca reflexionar sobre quién mató en última instancia a los habitantes de Nueva Orleans, “¿la naturaleza?, ¿un dirigente negligente?, ¿o bien, de forma más profunda ciertas leyes económicas de nuestra sociedad?”.
Collon nos disecciona cómo lo sucedido con el Katrina forma parte del modelo económico vigente, era absolutamente imposible que los resultados de más de mil muertos, la ausencia de organizaciones de socorro y el abandono de los damnificados fueran distintos. En primer lugar, los ejércitos de los países ricos no pueden ayudar a su población porque deben dedicarse a agredir a los países pobres para poder saquear sus recursos. Segundo, que las leyes del mercado obligan a las empresas a competir por el máximo beneficio sin reparar en destrucción de la naturaleza. Igualmente, las bolsas de pobreza de personas que no dispondrán de recursos propios para huir en caso de desastre natural es consubstancial al modelo económico vigente en Estados Unidos. Debe haber pobres para que la oferta laboral sea alta, es decir, haya un ejército industrial de reserva gracias al cual la amenaza esté presente para los “privilegiados” que tienen un puesto de trabajo.
Por otro lado, el Estado en los países de economía capitalista no tiene como función atender las necesidades de la población, sino proteger las propiedades de los ricos, es decir, los bancos, las joyerías y los comercios de lujo. Por eso la policía de Nueva Orleáns se lanzó a detener a los saqueadores que no eran otra cosa que ciudadanos hambrientos. También el racismo que se vio en Nueva Orleáns en innato al modelo. Es necesario dividir a los pobres, y para ello nada mejor que convencer al blanco de que el negro le quiere atacar, y al blanco de que es un privilegiado con suerte en un país dominado por el individualismo. De ahí que los barrios estén segregados –e incomunicados- por el color de la piel.
La última función corresponde a los medios de comunicación. Ellos tenían como misión hacernos ver que los desdichados que quedaron sin evacuar eran unos inconscientes que no querían abandonar sus casas, que los que intentaban subsistir tomando la comida que se estaba pudriendo en los supermercados eran unos saqueadores sin escrúpulos, y que las calles estaban tomadas por francotiradores y bandas armadas de criminales y violadores que no merecían conmiseración alguna. Collon se pregunta: “¿Qué es más grave? El “saqueo” cometido por Merleen Meteen, una abuela de 73 años, diabética, diácono de su parroquia, sin antecedentes penales que pasó quince días en la cárcel por haber tomado de una tienda un paquete de salchichas valorado en 63 dólares? ¡O bien el super-saqueo de George W. Bush que desvió el dinero de los diques y de otros millones del presupuesto público para financiar una guerra ilegal que sólo sirve para enriquecer a sus amigos!”.
La conclusión no puede ser otra: “Puesto que el desastre es la consecuencia lógica de las leyes económicas que rigen nuestra sociedad, ¿podremos impedir otros Katrina sin oponernos a estas famosas leyes que matan? 1. El poder total de las multinaciones. 2. El saqueo de las riquezas de los pueblos. 3. La guerra como instrumento de este saqueo”.
El libro, editado por Hiru, se complementa con otros textos de analistas estadounidenses como Michael Parenti, James Petras y Noam Chomsky. Además, una extensa introducción del meteorólogo Jon Albisu y la intervención del presidente cubano Fidel Castro ante más de mil quinientos médicos ofrecidos y dispuestos para acudir inmediatamente a atender a las víctimas de Nueva Orleáns y que no fueron aceptados por el gobierno Bush, sirven para poder establecer comparaciones entre dos modelos sociales a la hora de enfrentar las catástrofes.