Página personal del Periodista Y Escritor Pascual Serrano

«Entre las urnas y la calle. Ensayos para una dialéctica de nuestro tiempo», de James Petras

 

Una vez más, James Petras no nos deja indiferentes. Porque lo que nadie discutirá es que Petras tiene la capacidad no sólo de poner el dedo en la llaga, sino de sacudir las mentes de una izquierda que, porque no decirlo, también vive lastrada de estereotipos y prejuicios. Muchas de sus reflexiones, que he podido conocer de primera mano a través de media docena de entrevistas, se han confirmado como premonitorias. Como cuando se atrevió hace ya bastantes años a criticar la peligrosa vía del servilismo y del pesebrismo por la que se encaminaban las organizaciones no gubernamentales, afirmación que entonces conmocionó a muchos y que ahora ya nadie discutirá.

También hace casi diez años Petras ya señaló a movimientos latinoamericanos entonces ignorados, como los cocaleros bolivianos o los indígenas ecuatorianos, como importantes agentes sociales, y ahora vemos como han quitado y puesto presidentes en sus paises.

Seguro que cualquier lector también encontrará alguna premonición de Petras incumplida con el paso del tiempo. Pero el mérito de nuestro autor no es ser adivino, sino interpretar desde la perspectiva de una izquierda movilizadora –y el calificativo no es baladí- la evolución de la política internacional, el papel de los diferentes agentes sociales y las posibles vías de enfrentamiento y cambio de las coordenadas del poder. Y más aún en esta obra que ya en su título aborda una dicotomía en la lucha: «entre las urnas y la calle».

La tesis que defiende James Petras nos la presenta ya desde la introducción y es la siguiente «las antiguas divisiones electorales entre el centro-izquierda y la derecha se han convertido al día de hoy en irrelevantes: la mayoría de los partidos comunistas y socialdemócratas han adoptado políticas de centro-derecha y de derecha, favoreciendo al capital y a las guerras imperiales y abandonando la legislación social del Estado de Bienestar». El panorama se radicaliza con «la emergencia de dos fuerzas encontradas: la ultraderecha electoral y la izquierda extraparlamentaria». Petras tiene palabras muy duras para la izquierda institucional, a la que considera irrelevante en la confrontación política. No tanto porque esa izquierda –obsérvese que hablamos de izquierda no de socialdemocracia- se haya pasado al enemigo, sino por el «bloqueo institucional» existente y la impotencia de los cuerpos legislativos y los representantes de la oposición de izquierda frente a «la centralización del poder en instituciones de carácter ejecutivo, Bancos Centrales», entidades financieras, transnacionales y otras instituciones no refrendadas por sufragio. La izquierda institucional queda condenada a una de estas tres opciones: impotencia, oportunismo o marginalidad. Reconozcamos muchos que ese diagnóstico nos resulta bastante familiar.

Frente a esa lúgubre panorama de la izquierda institucional, un fantasma recorre Europa y el mundo entero. El fantasma de la izquierda extraparlamentaria y los movimientos de masas en la calle. ¿Quién sino ha sido capaz de reponer al presidente de Venezuela tras un golpe de Estado inspirado por EEUU, mantiene en jaque al gobierno colombiano, ha cesado cuatro presidentes en un mes en Argentina y dos en Ecuador y ha ocupado tierras para 300.000 familias en Brasil?. Y en Europa, ¿quién sino sacó a un millón de franceses a la calle contra Le Pen, o dos millones en Italia contra la legislación laboral de Berlusconi?. ¿Quién, sino una izquierda extraparlamentaria, ha ocupado la calle de Seattle, Génova, Barcelona o Porto Alegre al grito de «otro mundo es posible», hasta el punto de que han sido la pesadilla de cualquier encuentro de la elite neoliberal mundial que ya sólo puede reunirse en lugares inhóspitos alejados de los ciudadanos?.

El diagnostico para nuestro sociólogo está claro «se aprecia un extraordinario contraste entre el poder, la integridad y la eficacia de los movimientos sociopolíticos izquierdistas de masas y la impotencia, el oportunismo y la marginalidad de los partidos electorales de izquierda».

Y a todos los ejemplos anteriores habría que añadir las manifestaciones en contra de la agresión a Iraq, posteriores a la edición del libro, que no hacen más que confirmar, una vez más, el valor premonitorio de los análisis de James Petras.

La recopilación de textos que forman esta obra también incluye análisis de la economía mundial («¿Quién gobierna el mundo?»), donde se recuerda que «casi el 90 % de las mayores corporaciones que dominan la industria, la banca y los negocios son estadounidenses, europeas y japonesas» y se denuncia la política proteccionista de EEUU y la UE sobre sus empresas desmintiendo el argumento liberal del libre comercio que se quiere trasladar al Tercer Mundo.

Petras también reflexiona sobre lo que se entiende por socialismo hoy («La lucha por el socialismo en la actualidad»). Muy esclarecedor en ese capítulo su análisis de lo que No es socialismo y lo que debería ser.

Un tema al que habitualmente suele dedicar interés el autor en sus obras es el papel de vasallaje a EEUU por parte de muchos gobiernos latinoamericanos. Sobre esta cuestión destaca el texto «Antiglobalización, militarismo y lamebotismo». En él, Petras repasa el papel seguidista («lamebotismo») seguido por varios presidentes: Duhalde en Argentina, Pastrana en Colombia, Toledo en Perú y, en especial, al ya ex ministro de Asuntos Exteriores mexicano Jorge Castañeda («George Castañeda»).

Y llegamos al Foro Social de Porto Alegre. El libro cuenta con un análisis del Foro («Porto Alegre 2002: Una historia de dos foros»), donde analiza la existencia de dos sectores diferenciados entre los participantes: el sector moderado, ampliamente destacado por los medios y con poca representación popular, y el sector radical, más participativo y combativo. Su conclusión es clara: «Otro Foro Social es Posible». También se incluye en esta obra su intervención en este Foro Social. En ella retoma su tesis de lo que llama el «viraje del neoliberalismo al mercantilismo», caracterizado éste por «muros de contención para los sectores no competitivos de los EEUU, que reciben subsidios y créditos, al mismo tiempo que el Estado imperialista trabaja para abrir los mercados en el sur». Denuncia las mal llamadas transiciones democráticas de las dictaduras latinoamericanas afirmando que se trató de una transición «de un autoritarismo militar a un autoritarismo cívico-militar». Desautoriza las políticas reformistas del peronismo argentino, el socialismo chileno de hoy, el de Alán García en Perú o el de Chirac en Francia; y apuesta por los cortes de ruta de los piqueteros argentinos y las movilizaciones de cocaleros en Bolivia, indígenas en Ecuador, campesinos en Brasil o la lucha de las FARC, con Marulanda al frente, en Colombia. Destacan sus duros comentarios a Hugo Chávez en Venezuela, de quien reconoce sus posiciones antiimperialistas en política exterior, pero critica su política económica liberal interna y le pide que «radicalice su política social».

Esta obra también reproduce una entrevista de Jorge Lora –autor, por cierto, no citado en el libro – en este Foro Social. En ella reitera Petras su interpretación de dos sectores sociales y su teoría sobre la nueva política neomercantilista de EEUU que se materializa en el ALCA (Acuerdo de Libre Comercio para América), en lo que supone no una vuelta al liberalismo del siglo XIX sino al proteccionismo del XVIII. Critica los intentos de exclusión del foro a las Madres de Plaza de Mayo y sugiere la presentación por parte de las FARC de un movimiento cercano que les permitiera llevar sus tesis a estos eventos. Respecto al indigenismo precisa que hay que evitar generalizaciones, los indígenas, como todos los sectores sociales, tienen sus propias variaciones de clase: «¿por qué pensar que los indígenas son todos puros, revolucionarios, etc.?». Aprovecha esta entrevista para recuperar su análisis de las ONG´s que tanto eco tuvo y sigue teniendo, dividiéndolas en colaboracionistas con el Banco Mundial, reformistas y las que se prestan a aportar recursos a los movimientos de masas, éstas últimas minoritarias y con insuficiencias que deben mejorar. En cualquier caso, recuerda que «hay que tener una visión critica de las ONG´s, no categóricamente rechazando a todas pero con mucha precaución y evaluando lo que hacen, con quién y por qué.

Pero lo más destacable, en mi opinión, de esta extensa entrevista es su visión de las posturas de algunas ONG´s que «hablan de un contrapoder retórico radical». Las opciones de microempresas o de subsistencia social rememorando minimundos ideales de comunismo primitivo, señala Petras, no son la solución más que para algunas ONG´s y sus profesionales. «Estos proyectos viven en islas controladas y determinadas por la macroeconomía y por el poder del Estado». Toda esa mitología de contramundo desde abajo «está adaptada al sistema de fondo porque el Banco Mundial está prestando millones para reproducir estos sistemas que no son ningún desafío al poder». Para Petras la opción de buscar la creación de un contrapoder, un poder paralelo en confrontación no se puede mantener en el tiempo. Los dos poderes no pueden subsistir en el mismo terreno, «o gana uno u otro, entonces no hay que decir que no queremos el poder y sólo el contrapoder, no es viable». Petras considera que discursos como el de Marcos de no tomar el poder, lo que hacen es convertir la necesidad en virtud, «no pueden tomar el poder por eso dicen que no lo quieren». Lo que no le impide reconocer el valor positivo del movimiento zapatista en Chiapas, un movimiento que, considera, debería coordinarse con otros que hay en otros estados de México para «en vez de pegar con el dedo, pegar con el puño cerrado».

Nuestro autor dedica un amplio capítulo a una obra que, a pesar de llevar ya bastante tiempo publicada, todavía está generando polémica entre la izquierda. Hablamos de «Imperio», de Toni Negri y Michael Hardt. Petras le dedica treinta y cinco durísimas páginas. La tesis de Imperio, y que Petras critica, es que el poder se dispersa en manos de entidades transnacionales que están al margen y por encima de estados y gobiernos. En opinión de Petras esa posición supone exagerar la autonomía del capital respecto al Estado, y para ello nos recuerda que los estados imperiales intervienen para salvar a las compañías multinacionales, como ocurrió en México en 1994 con el tequilazo o la crisis asiático de 1998. Petras recuerda que el comercio y los mercados son generalmente definidos por acuerdos de Estado a Estado y no mediante un poder invisible, intangible e impersonal con forma de transnacionales. Petras lo tiene claro: «Los mercados no van más allá del Estado, sino que operan dentro de fronteras definidas por el Estado», es decir, dentro de los acuerdos establecidos por Estados, véase GATT, NAFTA; ALCA, etc…

Ya de vuelta a EEUU, el autor analiza los nuevos vientos que corren en su país tras el 11-S. En el artículo «Una nación de soplones» denuncia el nuevo «rostro amistoso del fascismo» que se está imponiendo en Estados Unidos. Detenciones masivas, falta de garantías judiciales, propaganda gubernamental, persecución política se han apoderado del país tras los atentados. El racismo contra el árabe se ha impuesto en Estados Unidos de la mano del gobierno Bush: guettos para las comunidades, razzias masivas… Los paralelismos con los estados fascistas son demasiados, en opinión de Petras: creación de un Estado de mutua sospecha, suspensión de garantías constitucionales, mayores poderes para la policía secreta. Así es como se llega a la promulgación el 26 de octubre de la Ley Patriótica de Estados Unidos que supone la mayor agresión jurídica a los derechos de los ciudadanos que permite, por poner algún ejemplo, las operaciones de la CIA contra los ciudadanos dentro de Estados Unidos o la calificación de terroristas a los que participen en una protesta antiglobalización.

Petras también nos presenta una lectura diferente de la habitual sobre el simbolismo del atentado del 11-S, desmontando los tópicos mediáticos sobre el carácter inocente y civil del objetivo terrorista. Para empezar, nos recuerda que las torres gemelas, además de un «símbolo» del poder económico, «era un centro de la CIA y los servicios secretos». «En otras palabras, la CIA usaba la tapadera civil del WTC (World Trade Center) como un centro operacional y logístico en el sótano, poniendo en peligro de un modo irresponsable a los civiles que trabajaban en las oficinas de arriba». Era, además, uno de los mayores depósitos de oro del mundo, por lo que «no se trató de un ataque indiscriminado», «sino un ataque político contra un importante objetivo militar-financiero». No digamos ya, sobre el Pentágono. El autor también nos recuerda, citando fuentes fidedignas, los 100 millones de dólares en fondos fraudulentos que desaparecieron tras el ataque, el fraude que surgió en torno a las indemnizaciones de las que se beneficiaron empresarios millonarios en lugar de los ex empleados que perdieron su trabajo.

Otra de las cuestiones que han condicionado la respuesta de Estados Unidos tras los ataques es lo que Petras denomina «necesidad de un nuevo imperialismo» y la «construcción del imperio». Para el autor la nueva era de Washington no comienza el 11-S sino el 7 de octubre, fecha de la intervención y bombardeo de Afganistán. Y todo ello tiene como precedentes el debilitamiento del poder político y económico de EEUU durante los años 90 en áreas claves del mundo, el agotamiento de las instituciones financieras (BM y FMI) como correas de transmisión de las políticas norteamericanas y la disminución del control imperial sobre los estados empobrecidos y devastados del Tercer Mundo. A todo ello se le sumaba que tres países importantes productores de petróleo, Iraq, Irán y Libia, estaban fuera del control de Bush. A los que nosotros podríamos añadir Venezuela. El déficit comercial del país más poderosos del mundo se dispara, la economía norteamericana pasa por uno de sus peores momentos, lo que se deja notar en la desaparición de las pocas prestaciones sociales, algo que Michael Parenti ha detallado con gran acierto. Además, dos tercios del comercio de la UE se realiza entre países de la unión. Los movimientos populares en América Latina no cesan de cobrar fuerza, la crisis Argentina desmantela cualquier credibilidad de las políticas neoliberales de los gobiernos clientes. El movimiento contra la globalización sigue creciendo en todo el mundo, la burbuja especulativa de la nueva economía lleva a las Bolsas a una caída en picado. Con ese panorama EEUU necesita una «importante contraofensiva para invertir el debilitamiento y reconstruir su Nuevo Orden Mundial». El 11-S fue la coartada perfecta.

Pero la pregunta del millón a la que Petras intenta responder es a quién beneficia y quién pierde con la construcción del imperio, pregunta que podemos extender a la actual guerra contra Iraq, ¿de verdad le compensa tanto a EEUU la explotación de la lucha antiterrorista tras los ataques, el enorme gasto militar y el desgaste político ante la opinión pública mundial?. Petras insinúa que, a primera vista, los beneficios parecen claros: le permite ampliar sus redes militares y de inteligencia, el síndrome de histeria y terror en los ciudadanos le consolidará como líder y logra sacar adelante una legislación que aumentará el control del Estado en la sociedad de EEUU (Ley de Seguridad Interior). En cualquier caso, el régimen de Bush se caracteriza por varios elementos:

1.- Unos estrechos lazos, si no hipotecas, con sectores capitalistas ligados a las extracciones petrolíferas.

2.- Una elite inmersa en la actividad clepto-corporativa fundamentada en la influencia política y la monopolización y el control basado en la dominación a través de la fuerza, más que en una política empresarial innovadora y productiva.

3.- Unos estrechos lazos con el capitalismo regional texano.

4.- La falta total de liderazgo capitalista, como se puede apreciar en la crisis del dólar, de las inversiones y de la Bolsa. Los únicos recursos de Bush son la guerra, su maquinaria bélica y su aparato represivo.

No parece que hay coordinación alguna entre las campañas militares/antiterroristas y los intereses de las corporaciones multinacionales. Su guerra indefinida y permanente contra el terrorismo no contempla prioridades económicas estratégicas ni límites económicos ni de apoyo de la opinión pública. Por supuesto, se trata de una política absolutamente unilateral que no consultará ni negociará con nadie, ni la Convención de Ginebra, ni la Corte Penal Internacional ni los acuerdos de Kioto ni de desarme les afectan. Su objetivo es la conquista imperial de adversarios y la sumisión forzadas de sus «aliados». Su única política es una huida hacia delante por la vía de la violencia, tal y como haría un jefe de la mafia o un líder sicario. Un gigante con pies de barro que va sembrando enemigos y termina siendo abatido un buen día por alguien más inteligente o más innovador o más estratega.

«Entre las urnas y la calle. Ensayos para una dialéctica de nuestro tiempo». James Petras. Editorial Hiru. http://www.hiru-ed.com

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