El pasado 10 de octubre se estrenó en el Festival de Cine de Nueva York el documental Citizenfour, dirigido por Laura Poitras, productora y directora cinematográfica estadounidense, galardonada con el premio Pulitzer entre otras distinciones. El protagonista es Edward Snowden, el famoso whistleblower que denunció los abusos de espionaje de la National Security Agency (NSA).
Es sabido que en el mundo de habla inglesa los audaces individuos (periodistas, escritores, informáticos, funcionarios, soldados, etc.) que arriesgan su situación personal al desvelar bochornosos secretos de Estado son conocidos como whistleblowers, literalmente: “los que tocan el silbato”.
En EE.UU., donde nació el vocablo, un whistleblower se define como “un empleado o funcionario que denuncia a su jefe o superior porque cree razonablemente que éste ha cometido un acto ilegal”. No es fácil traducir esta palabra a nuestro idioma: soplones, delatores, chivatos, acusicas añaden un equívoco sentido despectivo. Denunciantes o informadores son términos más exactos, pero no reflejan el coraje y el riesgo implícitos en la acción. Quizá “tirar de la manta” sea la expresión más aproximada recogida por el diccionario de la RAE, en cuyo caso “tiramantas” podría ser el neologismo correspondiente. Dejemos que la Academia resuelva el asunto.
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