Quienes nos hayan leído en alguna ocasión a Santiago Alba y a mí, habrán podido percibir que poseemos un estilo absolutamente diferente. En el periódico Rebelión donde batallamos juntos, solemos decir con humor que él pertenece al grupo de los líricos y yo al de los guerrilleros. Santiago escribe de forma exquisita, pulcra, erudita y elaborada; yo de forma urgente, directa. Santiago prepara meticulosa y metódicamente el ataque a una fortaleza. Yo lanzo una granada al primer grupo de enemigos que me encuentro.
Como vimos que podía ser una buena combinación para el combate decidimos unir las estrategias en este libro. Y como la globalización es inevitable, aquí estamos en América presentando un libro escrito por un autor que vive en Europa y otro que viven en África. Puede resultar paradójico que haya utilizado un símil de guerra para iniciar la presentación de un libro que critica la forma en que la violencia es tratada en los medios. Lo que sucede es que cuando ellos –los medios, los poderosos- hablan de guerra, es de verdad, o sea de disparos, bombas y muerte; y cuando lo hacemos nosotros, sólo escribimos artículos o libros y, claro, es muy diferente. Sin embargo, ellos dicen que son los antiterroristas y nosotros los terroristas. Como si ellos lucharan contra el terror lanzando bombas y nosotros aterrorizáramos escribiendo.
Pero voy a explicar a qué nos dedicamos Santiago Alba y yo en este libro que es lo que procede en una presentación. La parte que me corresponde intenta abordar cómo es el discurso de la violencia en los medios de comunicación. Todos los grupos sociales han buscado recurrir históricamente a medios y estrategias de comunicación para transmitir al resto de la sociedad sus principios, valores, modelos e intereses.
Del mismo modo, la violencia de origen político y social siempre está presente en las sociedades, bien protagonizada por grupos que se rebelan contra el poder establecido, bien utilizada por este propio poder, o simplemente en las condiciones de vida de los ciudadanos que conllevan una determinada dosis de violencia.
Estos dos elementos –comunicación y violencia- confluyen cuando el discurso es utilizado para legitimar o desautorizar la violencia. Al fin y al cabo, no nos debemos engañar, es prácticamente imposible informar de elementos relacionados con la violencia eliminando el juicio de valor. El panorama se agrava cuando la capacidad de comunicar está distribuida desigualmente en nuestras sociedades.
Desgraciadamente la ciudadanía no siempre está suficientemente preparada para enfrentar las claves y estrategias comunicacionales, más aún en un tema tan fácilmente maleable por las emociones como es la violencia. Puede parecer que el mensaje generalizado en los medios de comunicación, al menos en el mundo que se denomina desarrollado, es el rechazo a la violencia. Ese es el primer prejuicio a abordar en esta primera parte del libro “Medios violentos. Palabras e imágenes para la guerra”, cómo bajo el mensaje y la impresión generalizada de que los medios suelen adoptar un papel pacifista y condenatorio de la violencia, eso no sólo no es siempre así, sino que pueden llegar a ser grandes aliados de la guerra y la agresión.
De modo que encontramos casos en los que se intenta promover la confrontación contra un grupo social y político, como sucedió en la guerra de Ruanda o en la de Yugoslavia, en Venezuela, en la India, en el Chile de Pinochet… Es decir, que bajo el paraguas de la libertad de expresión, se han cometido genocidios en Africa, golpes de Estado en Venezuela o complicidad con dictaduras en Chile.
En otras ocasiones los medios utilizan métodos para intentar legitimar guerras e intervenciones militares. Así recurren hasta la extenuación al discurso del terrorismo o del patriotismo y llaman a las guerras e invasiones misiones de paz e intervenciones humanitarias.
También pueden ser expertos en la búsqueda de emociones que generen inseguridad y despierten en el individuo la necesidad de sentirse protegido mediante métodos y cuerpos que operan con la violencia o pueden relativizar y frivolizar las guerras presentándolas en televisión como si fueran fuegos artificiales.
Por todo ello, es necesario abordar dos debates: el control democrático de la comunicación y los diferentes tipos de violencia. Pero para eso ya deben ustedes leer el libro.
La segunda parte es la elaborada por Santiago Alba bajo el título “La guerra inmaterial o la construcción de la barbarie”. En ella, Alba nos explica cómo la minoría organizada logra someter a la mayoría desorganizada a través de lo que Hume denominó Opinión. Como Santiago es filósofo lee a Hume, mientras yo, simple periodista, sólo veo televisión y leo periódicos. Alba aclara que, bajo el capitalismo, la Opinión es una industria y está en las mismas manos que el petróleo, las semillas o los fármacos contra el SIDA, de manera que podemos decir sin empacho que la mayor parte de los medios de comunicación del planeta, directa o indirectamente, se cuentan entre esas violentas minorías organizadas o sectas fanatizadas que gestionan la vida de las mayorías desorganizadas y pacíficas.
La capacidad de sugestión y convencimiento es tal que el ingenuo ciudadano llega a la triste y trágica conclusión de que, y cito palabras de Santiago Alba, “una instancia que reúne tanto poder, un gobierno capaz de lanzar dos bombas atómicas, un país capaz de fabricar pretextos para invadir Vietnam o Iraq, un imperio tan incontestable que puede dar golpes de Estado, bombardear civiles, sembrar uranio empobrecido, yugular por hambre, asesinar presidentes en todo el mundo, un ejército con un presupuesto de 400.00 millones de dólares, un poder -en fin- suficientemente grande para todo esto, en condiciones incluso de destruir el planeta, ¿cómo no va a ser sincero, puro, digno de confianza? ¿Cómo no va a querer lo mejor incluso para los que asesina? ¿Cómo no creer que, si invade Iraq y exige la retirada de las tropas sirias del Líbano, lo hace en beneficio de todos? ¿Cómo no va a tener razón si tortura en Abu Ghraib y condena a Cuba en Ginebra?”
Alba también nos ilumina denunciando “el poder nihilizador de los medios de comunicación” que “es tanto mayor cuanto más grande es su poder de difusión”. Dice mi compañero que “los medios de comunicación son en gran parte responsables de eso que he llamado el nihilismo espontáneo de la percepción, en cuyo seno se borran las diferencias entre una Guerra y una Olimpiada, entre las torturas de Abu Ghraib y un Parque Temático, entre la información y la publicidad. Las ediciones digitales de los periódicos ofrecen todos los días, uno al lado del otro, titulares como estos: “Vea los últimos instantes de Sadam Hussein”, “Vea las imágenes de la pasarela Cibeles”, “Vea el tercer gol de Ronaldinho”, contribuyendo de esta manera a la ‘monumentalización’ rutinaria y tranquilizadora del horror más abyecto”.
Nuestra común amiga la escritora y editora Eva Forest, de quien Santiago y yo guardamos un recuerdo y una admiración infinita porque fue de esas mujeres que lucharon hasta el último día contra la injusticia y la barbarie, nos dijo que no era buena idea este libro porque nuestros estilos eran incompatibles, como si fuéramos el agua y el aceite. Pero yo creo que somos el café con leche, por supuesto Santiago es la leche que alimenta y yo el café que espabila. Total que aquí está el libro café con leche, un marrón que dirían en Venezuela. Espero que alimente a los hambrientos de justicia y espabile a los somnolientos.