Cuando yo era niño y leía cómics, que entonces a los infantiles se les llamaba tebeos, una de las cosas que no comprendía era que siempre los protagonistas trabajaban en oficinas y nunca en fábricas. Aquello siempre me desconcertaba porque mi padre, mis tíos, mis vecinos y los padres de mis amigos, todos ellos de clase humilde, trabajaban en fábricas, nadie lo hacía en ninguna oficina. Aunque en aquellos años del tardofranquismo los tebeos abordaban de forma light algunas cuestiones laborales como el pluriempleo, la petición de subida salarial al jefe o los apretones de final de mes, siempre sucedía con trabajadores que vestían con camisas planchadas y corbatas.
El asunto me frustró tanto que me corroía la curiosidad por conocer cómo sería por dentro la fábrica donde trabajaba padre, algo que nunca logré. Habían conseguido ocultar a la sociedad la dureza de las condiciones de vida de las fábricas como se oculta el drama de un tanatorio o las condiciones de vida en un hospital psiquiátrico. El cómic “Puta fábrica” ha supuesto para mí la revancha porque en él se trata con toda crudeza esa vida: los accidentes de trabajo muchas veces mortales, los abusos empresariales, las huelgas, el alcoholismo ligado a la frustración y, sobretodo, el aniquilamiento de vidas y personas que sólo son mano de obra al servicio de ese monstruo que es el sistema de trábajo en las fábricas.
He comenzado contando cómo se ocultaban las fábricas en aquellos cómics y asociaban a vida laboral a un empleado con camisa y corbata, pero hoy sigue sucediendo lo mismo. Ya apenas existen aquellos tebeos de mi infancia, pero si observamos los productos culturales de la actualidad tampoco existen las fábricas. Hay series de televisión que se desarrollan en hospitales, en colegios, en oficinas, en redacciones de periódicos, en comisarías de policías, pero ninguna trama tiene como escenario la fábrica. Los hijos de los trabajadores de las fábricas, hoy seguirán sintiendo lo que yo, que industrias como en la que su padre está toda su jornada laboral terminan escondidas por la industria de la cultura y el entretenimiento.
Este cómic, con guión de Jean-Pierre Levaray y dibujos de Efix, comete el acto de justicia de sacar a la luz ese mundo que intentan ocultarnos. Y lo curioso es que ha tenido que hacerse realidad porque Levaray trabajó durante treinta años en una fábrica de productos químicos en Francia. A ningún guionista, escritor, periodista ni profesional de la farándula cultural y mediática le interesó internarse en ese ambiente para contárnoslo, tuvo que ser un obrero el que tomara la historia y escribiera el libro Putain d’usine, a partir del cual se edita este cómic.
No sé si este trabajo lo leerán los trabajadores de las fábricas, probablemente no lleguen a casa ni con fuerzas para hacerlo. Tampoco les hace falta dedicar su poco tiempo libre a recrear el mismo ambiente que viven todos los días. Lo importante es que lo conozcan los protagonistas de mis tebeos, esos que llevan camisa y corbatas. Y que todos los guionistas y escritores de moda se avergüencen por formar parte del complot de silencio que sirve para esconder el drama de tantas vidas que se consumen entre las paredes de una fábrica, de una puta fábrica.