Nadie discute que la demanda de información urgente tras actos que convulsionan nuestra vida cotidiana es lógica, del mismo modo que satisfacer esa demanda es un valor periodístico. Sin embargo, es necesario pararse a pensar qué nivel de rigor y veracidad podemos dejarnos por el camino en esa carrera. Tras el atentado en Las Ramblas de Barcelona el pasado 17 de agosto, pudimos observar cómo prácticamente la unanimidad de los medios “informaba” de terroristas sueltos que portaban armas largas, de comandos atrincherados con rehenes en un restaurante turco e incluso el desconcierto en torno a si el protagonista de una fotografía distribuida por todos los medios del mundo era un terrorista o un ciudadano al que le habían sustraído la documentación.
Quiero aclarar que no estoy hablando de las redes sociales, donde la información que circulaba era caótica, ahí no se trata de periodismo y poco se puede hacer, más allá de insistir a la población en que no se crea ni difunda cualquier cosa que le llegue.