Descubrir posiciones editoriales opuestas ante un mismo asunto comparando dos medios de comunicación es algo razonable, e incluso saludable. También destacar informativamente elementos muy diferentes. Sin embargo, en otras ocasiones, lo que apreciamos son dos afirmaciones sobre un mismo hecho tan enfrentadas que es evidente que uno de los medios miente. Lo pudimos comprobar el pasado 26 de febrero en lo referente a la huelga de hambre del etarra De Juana Chaos. El diario El País titulaba “De Juana continúa sin recibir ningún tipo de alimento por tercer día consecutivo”, y recordaba en el texto de la noticia que llevaba 111 días en huelga de hambre. Asimismo, detallaba los periodos en los que estuvo alimentado artificialmente mediante una sonda nasogástrica y los que no, debido a que el preso de la había quitado.
Sin embargo, ese mismo día, en el diario El Mundo, Isabel San Sebastián se refería a la foto del miembro de ETA publicado en The Times como “ése posado en calzoncillos, conteniendo la respiración para ocultar la barriga, en el contexto de una huelga de hambre de pura ficción, con sondas nasogástricas de atrezo y buenas lonchas de jamón para matar el gusanillo”. Evidentemente, el que se afirme esto en el marco de un artículo de opinión, no le exime de la responsabilidad de que sea verdad, nadie podrá discutir que los datos e informaciones que se incluyen en un artículo de opinión deben ser reales.
De modo que al cobijo de la libertad de expresión, los ciudadanos se han quedado sin saber si es verdad que De Juana Chaos se está muriendo mediante su protesta de huelga de hambre o es todo un cuento y está comiendo jamón. Y, la verdad, a mí esa información me interesa conocerla, creo además que el modelo informativo de mi país me debe garantizar ese derecho a la información. La impunidad periodística y la ausencia de control sobre la veracidad y el rigor termina así provocando lo mismo que la censura, que no nos enteremos de la verdad de los asuntos.
De ahí que no comparta esa afirmación en las postrimerías del franquismo, cuando se decía que la mejor ley de prensa era la que no existía. Entonces era lógico, porque quien la iba a hacer era un ministro franquista, pero en democracia es diferente, los poderes públicos deben garantizarnos la veracidad en la información, tanto la pública como la privada. Si el estado debe velar porque no me roben o no me maten, también debe velar porque no me engañen o no me mientan. No puede existir la impunidad para los dueños de los medios y las personas elegidas por ellas para escribir allí, si la mentira no es delito, la verdad quedará ocultada, o sea, la censura. Ahora impuesta por los medios.