Desde hace dos años, la exagerada y costosa presencia de la policía rodeando la embajada ecuatoriana en Londres no ha servido más que para hacer ostentación del poder del Estado. Su presa es un australiano acusado de ningún delito, un refugiado de una repugnante injusticia cuya única seguridad es el albergue que le ha dado un valiente país sudamericano. Su verdadero crimen es haber iniciado una oleada de revelación de verdades en una era de mentiras, cinismo y guerra.