Desde su fundación en 1949 y hasta 1999, la OTAN jamás realizó ningún tipo de operación militar contra ningún país. Creada, técnicamente, como alianza defensiva, su propósito era “contener la amenaza comunista” y preservar a Europa occidental de la presunta “amenaza soviética”. En 1992, la URSS se autodestruyó y, con su desaparición, se disolvió el Pacto de Varsovia. Parecía que, al fin, después de 3.000 años matándose entre sí, Europa entraría en una era de paz, desmilitarización y unión. No ocurrió tal. De repente, como caballo que, retenido por el freno —soviético—, se ve libre del hierro, la OTAN se desbocó y entró en una espiral militar-imperialista que la llevó a agredir a la reducida Yugoslavia de Serbia y Montenegro en 1999; a invadir Afganistán en 2001; Irak, en 2003; y a destruir Libia, en 2011.