Para quienes acusan a Izquierda Unida de representar formas antiguas de política, fetichismo de siglas y liderazgos añejos, Alberto Garzón es la figura que con más evidencia les desmiente. Tiene treinta años, apoyó el sistema de primarias para elegir candidatos y luchó con uñas y dientes para unir a la izquierda en una propuesta electoral común por encima de siglas.